Le propuse a mi asesora literaria escribir conjuntamente una glosa sobre una perenne inquietud existencial: la edad perfecta. Si pudieras echar el tiempo atrás –le pregunté– y encerrarlo, como sibila, en una botella, ¿volverías otra vez a los 25?
Recibí a vuelta de correo una carita feliz atrapada en signos de interrogación. Me dejó caviloso. ¡Vaya forma de decir tanto en tan poco! Después, envió unas notas con su clara percepción de la existencia. Descartó la definición convencional de los famosos años dorados –periodo de inmensa paz, prosperidad y felicidad– y sugirió centrarnos en las etapas de la vida para identificar la mejor.
En la niñez, jugar horas enteras y aprender a hacer pipí solito eran acontecimientos valederos, pero desprovistos de finalidad; en la adolescencia, descubrimos que el pipí también servía para cosas más gratificantes, pero estudiar era tedioso, una mera etapa por pasar; cumplir 18 y apresurarnos a sacar la cédula de identidad para ser libres, sin saber que la verdadera independencia vendría con una tarjeta de crédito; enamorarse, casarse, juntarse y procrear aportan felicidad, pero también responsabilidad; y trabajar con recurrentes amenazas de despido es encarar la dureza de la vida.
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Todas las etapas fueron bellas, pero en ninguna de ellas nos quisiéramos estacionar. De pronto, nos damos cuenta de que la vida es corta y, quizás, nunca realizaremos esos sueños. ¿Acertó Jorge Manrique al lamentar que “cualquiera tiempo pasado fue mejor”? A lo mejor, lo mejor está por venir. Más no esperaremos que el calendario nos lleve mansamente de la mano. Según Clare Ansberry, nadie precisa la mejor edad. Mary Lloyd, en su ensayo La verdad acerca de los años felices, dice: “Lo siento, amigos, nos engañaron. Trabajamos bajo la promesa de que, a la jubilación, el ocio traería la felicidad, pero es mentira”. Ken Dychtwald agrega que el embeleso de la pensión tan solo dura un año.
Entonces, ¿cuál es la perfecta edad? Mi asesora, Sylvia Guardia, es madre de mi nieta y conoce bien las vicisitudes de tres generaciones. No piensa esperar a retirarse para vivir a plenitud, sino sentir, por así decir, la edad perfecta en cada momento sin importar años, oficio ni beneficio: “La edad ideal no existe; es, más bien, una actitud mental y emocional”. Eso explica su lacónica respuesta: ¿25?
Yo agrego que si alguien tiene la suerte de amar lo que hace, lo que tiene y a quien tiene, habrá alcanzado el nirvana en la vida terrenal.
jorge.guardiaquiros@yahoo.com
El autor es economista y abogado.