Notorias noticias dadas a conocer en los últimos días han provocado malas vibras: la Corte, la Asamblea, sindicatos, universidades y Hacienda. Entre ellas, no pude rescatar una sola buena vibra.
La intrascendente llamada de atención de la Corte Plena a cuatro de sus integrantes no se corresponde, para nada, con la “gravedad de las alegaciones”, según calificaron ocho de ellos libres de pecado. Quedamos perplejos, ayunos de considerandos y negociaciones que, a puerta cerrada, condujeron al veredicto. No se afectaron empleos, sueldos ni las pensiones a las que, muy pronto, se acogerá el resto de cuatro jinetes del apocalipsis (ya lo verán). Apenas un rapapolvo moral. Para el pueblo, sabio en conjeturas, “se taparon con la misma cobija”. Los diputados del PAC y PUSC, presos de vergüenza ajena, declararon que no los reelegirían. El PLN, al principio, guardó conspicuo silencio (¿red de cuido?) pero, después, Carlos Ricardo Benavides subsanó parcialmente la omisión.
Los sindicatos públicos tampoco acumularon buenos puntos en la lucha por depurar la ética fiscal. Exigieron apretar a todos los demás, menos a ellos. Pretender preservar todos sus privilegios es un discurso cansino y agotado que no le llega a Juan Pueblo. A mi juicio, la fuerza del paro ya paró. No incita ni concita. Eso facilita una postura gubernamental más viril que la de sus antecesores.
Técnicamente, las otras propuestas sindicales son, en unos casos, erróneas; en otros, no. Pretender subir las tarifas del impuesto sobre la renta empresarial al 36 %, cuando la tendencia mundial es bajarlas para estimular la inversión y empleo, es absolutamente trasnochado. Sin embargo, algún mérito tendría tasar los altos intereses de una banca monopolística (¡pobres deudores!), discutir la renta mundial y ver si las zonas francas podrían contribuir alguito más, sin provocar fuga de capitales.
Las universidades exigieron al gobierno hacer alquimia financiera para girarles un incremento presupuestario adicional en el 2019, arriba del oficial. ¿Cómo se llama la obra? An act of glotony!
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Hacienda desea reducir la deuda pública como porcentaje del PIB por el riesgo ante los inversionistas (incluidas las aseguradoras) y el fardo que implica en el presupuesto, pero, antes, insiste en que le aprueben otros $4.000 milloncitos en deuda externa. Me recuerda la anécdota del pecador recalcitrante en insincera confesión: Oh God, make a better man, but not right away!