Quiero ofrendar a Rocío una rosa por sus labores y sinsabores hacendarios. Pero debe saber que no hay rosa sin espinas.
Ante la disyuntiva de pagar o no vencimientos de deuda sin contar con autorización presupuestaria, decidió honrar, en nombre del Estado, obligaciones apremiantes para evitar caer en mora (default); si no, el país habría sufrido una tragedia financiera con serias repercusiones ante la comunidad nacional e internacional. Evitó así los trastornos de una conspicua moratoria en una fase crucial en la que todos los ojos se ciernen sobre el proyecto para fortalecer las finanzas públicas en la Asamblea.
Si bien desde el punto de vista financiero escogió el menor de dos males, desde el ángulo legal la cosa no es igual. Es principio fundamental del derecho público presupuestario que toda erogación, para ser válida, debe contar con su correspondiente autorización legal. Si no, se abriría un peligroso portillo para gastar, de hecho, al amparo de un supuesto fin superior o prevenir un mal mayor, sin previa autorización. Siempre habrá fines superiores —combatir la pobreza, reducir la desigualdad o desempleo— en el elenco de necesidades apremiantes. ¿Se imaginan la suerte de la eventual regla fiscal si se pudiera desconocer su obligatoriedad bajo la excusa de necesidades superiores?
¿Harán cumplir la ley la Fiscalía y la Contraloría? El respaldo del presidente no será suficiente ni eximente. El artículo 180 de la Constitución es contundente: “El presupuesto ordinario y los extraordinarios constituyen el límite de acción de los poderes públicos para el uso y disposición de los recursos del Estado y solo podrán ser modificados por leyes de iniciativa del Poder Ejecutivo”. Ese principio lo recoge el art. 5, inciso f) de la Ley de Administración Financiera y Presupuestos Públicos: “Las asignaciones presupuestarias del presupuesto de gastos, con los niveles de detalle aprobados, constituirán el límite máximo de autorizaciones para gastar”. Otras normas de esa ley contemplan serias sanciones.
Horas amargas, sin duda, para Rocío. Aunque actuara de buena fe, su autoridad moral para exigir de otros cumplir la ley sufrirá menoscabo. La rosa se desvanecerá ante las espinas del dolor y, acaso, un triste desenlace.
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En la soledad, dijo Neruda en sus 20 poemas de amor y una canción desesperada, “es la hora de partir, la dura y fría hora que la noche sujeta a todo horario (…). Y el verso cae al alma como al pasto el rocío”.