Menos de la mitad de los estudiantes costarricenses se gradúan en el colegio. De pronto, chocamos en la prensa nacional con esta noticia, y no nos queda más que detenernos y ponernos a pensar.
¿Cómo no vamos a pensar en esta noticia, si otras, con distinto tono, nos dicen lo contrario? Si es así, ¿dónde, entonces, está la verdad? ¿Por qué, en materia tan principal, que compromete gravemente el presente y el futuro del país, y por qué no también el pasado, nos vamos a quedar a medias, entre el error y la certeza, entre el júbilo y el desencanto? La respuesta, con todo, es fácil. Se trata de porcentajes y a ellos con objetividad debemos atenernos, si en verdad no nos guían otras intenciones.
El error ha estado en las informaciones generalmente de fuentes externas que han tendido, por mucho tiempo, a exaltar los méritos de nuestro sistema educativo, en comparación con otros de otros lares y a reducir los logros propios, más abiertos a la crítica principalmente en los últimos años. Esta tendencia interna es saludable, pues nada perjudica tanto en esta materia como la complacencia nacional o creerse superiores a los demás, en contra de los fundamentos o alcances de la competitividad.
Veamos los datos publicados en estos días, extraídos del IV Informe Estado de la Educación , según el cual, si los estudiantes costarricenses constituyeran nuestro ejército, del que nos jactamos, la tropa estaría perdiendo a más de la mitad de sus soldados, particularmente en el sector de la enseñanza secundaria, pues solo el 46% de los estudiantes de 17 a 21 años gana el diploma. Y, si los padres no lograron superar la escuela, las probabilidades de graduarse descienden a un 35%. Y, si los padres asistieron a la universidad, sus probabilidades de éxito se triplicarían.
Como apunta Isabel Román, directora del Estado de la Educación, “hay mejoras, pero en general es una panorama desolador porque tenemos un país donde solo el 46% de la población está logrando graduarse de la educación secundaria, cuando deberíamos aspirar a un 100%”. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Hogares, del Instituto Nacional de Estadística y Censos, en el 2011 el 47% de los jóvenes de 17 a 21 años provenía de un hogar con carencias económicas, y solo el 13% tenía padres que finalizaron la secundaria.
Según el ministro Garnier, del 2003 al 2012 la brecha se redujo de un 68% a un 29%. Si así fuese, el avance ha sido notable. Habría, pues, que armonizar las cifras para tener un panorama más objetivo. Si en algún campo necesitamos transparencia, es en este. Urge.