Las encuestas políticas sobre las elecciones en Estados Unidos están patinando como lora en mosaico. Incluso las mejor hechas no pueden dar un panorama claro sobre quién va ganando. Sus dificultades se originan, en parte, en el sistema electoral de ese país y en la propia coyuntura política. Sin embargo, en otra parte, se derivan de las limitaciones propias de este instrumento para llevar el pulso a situaciones polarizadas y con empate de fuerzas.
Vamos por partes. El hecho de que en esas elecciones presidenciales no necesariamente triunfe la persona que obtiene más votos en todo el país plantea un gran problema. Ahí no hay una elección presidencial, sino 50 elecciones estaduales que se celebran al mismo tiempo y que uno gana o pierde en cada caso. Si gana, se lleva todos los delegados de un estado a una institución llamada Colegio Electoral. Al final, triunfa la persona que alcanza la mitad más uno de los delegados. Como la mayoría de los estados ya tienen dueño, unos poquitos (los indecisos) son los que inclinan la balanza.
Cuando las encuestas dicen que el voto popular lo va ganando Kamala Harris, eso no importa. Lo importante es lo que pase en unos pocos municipios en seis o siete estados. Y ahí la cosa está empatadísima. Entran a jugar los imponderables como: ¿llovió ese día?, ¿cuán aceitada está la maquinaria local? También, factores como que se vota en un día laborable y muchos se agüevan de ir a votar después del trabajo. Y, a diferencia de Costa Rica, en no pocos lugares hay reglas para disuadir a potenciales electores, especialmente las minorías.
En este filo de la navaja es que afloran las limitaciones propias de las encuestas. Todas tienen un margen de error, inevitablemente. Si este es del 3 %, la situación real puede estar tres puntos para arriba o para abajo de lo reportado, un rango de variación del 6 %. Hoy las diferencias entre Harris y Trump son menores al 2 % en los estados clave.
Finalmente, una encuesta no estudia a todo el mundo, sino que recolecta muestras. Aun las mejor hechas enfrentan el problema de que muchas personas, a menudo las de un bando, no quieren contestar, lo que crea sesgos difíciles de estimar de antemano.
Para los fiebres de esta elección, lo mejor es dejar de ver encuestas y esperar resignadamente el resultado, palomitas de maíz o antidiarreico en mano. No hay más que técnicamente pueda hacerse.
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El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.