¡Qué fruta, la mandarina! Me encantan su jugo, el olor dulzón y penetrante que rocía cuando uno la pela y la explosión de sabor al comer un gajito. Hace muchos años descubrí en Colombia la delicia de tomarme un buen vaso de jugo de mandarina en cualquier lugar o de comprarlo en el súper, al natural y sin aditivos.
Siempre me ha extrañado que, produciendo mandarinas, en el país no tengamos el hábito de prepararla en jugo. Es curioso porque nos tomamos en agua o leche casi todas las demás frutas: papaya, piña, mora, sandía, melón, fresas. Por cierto, son riquísimos el fresco de cas, el de guayaba y el de ralladura de cáscara de limón dulce, otra perla rara. Entre nosotros reina el jugo de naranja, hasta el de paquete, que es de mentirillas.
Acertaron si piensan que escribo esta columna temprano en la mañana y con hambre. En efecto, es ese tiempo del día, en el que la luz fresca del amanecer tiñe las montañas, primero, de suaves celestes y, luego, poco a poco, de anaranjados. Sin embargo, el punto de la pregunta sobre la mandarina es otro, nada culinario. Es uno muy simple, pero al mismo tiempo general, concerniente a la vida misma. La interrogante es esta: ¿Por qué, teniendo algo enfrente, no vemos su potencial, mientras otros sí?
La pregunta es válida para el ámbito del juicio personal, sobre el potencial de una idea para un negocio o proyecto, o al de nuestra incapacidad para descubrir el temple y talento de la persona que tenemos a la par. A mí me interesa reflexionar en el campo de las oportunidades de desarrollo de nuestro país, que no aprovechamos.
¿Qué hace que veamos, pero no observemos? En alguna medida, esta limitación es ontológica: los humanos tenemos una mirada y un juicio imperfectos. Sin embargo, ello no explica por qué algunos países toman ventaja de lo que les rodea y otros no. Aquí, juegan factores propios de la cultura: la inercia de los hábitos y la prevalencia del conformismo, que llevan a la falta de curiosidad, un elemento indispensable para la creatividad.
Un país que no da rienda suelta a la creatividad de sus habitantes no resolverá interesantemente el misterio de la mandarina. Se limitará a consumirla, cuando haya, pero no a pensar en lo que puede hacer con ella. Y, para salir bien librados de esta época de crisis, mucho tendremos que mirar, ver, tocar, olfatear e imaginar oportunidades.
El autor es sociólogo.