La convulsa situación en Nicaragua no es una crisis de gobierno, sino una crisis de régimen. Me explico. Toda administración enfrenta protestas sociales, incluso masivas, contra decisiones de política pública. Pensemos, aquí, en las manifestaciones del Combo del ICE en el ya lejano año 2000. A veces, las protestas pueden tornarse en una crisis política, como cuando la gente pide la renuncia de un presidente o este se va porque queda acorralado.
Lo de Nicaragua es diferente. Cierto que las movilizaciones lograron revertir una impopular decisión de política pública, toda una victoria, considerando el arrogante ejercicio del poder del sandinismo. Sin embargo, tienen objetivos más amplios. Hoy, miles piden la renuncia del presidente Ortega y su vicepresidenta y esposa.
Ahora bien, la presión no es por remover las cabezas de gobierno y dejar todo el sistema político intacto. Lo que la gente en la calle está pidiendo es otra cosa: el fin de la dictadura y el establecimiento de un gobierno democrático, respetuoso de los derechos civiles y políticos. Que se desarme la simbiosis Estado-partido-familia existente y el pacto político entre el sector empresarial y el gobierno en el que se cimentó la deriva autocrática en ese país. Ese sector aceptó intercambiar la democracia por un buen clima de negocios.
Me decía un amigo hace unos años que Nicaragua era el intento de adaptar en Centroamérica el modelo político chino: capitalismo económico y dictadura del Estado-partido. Sé, por supuesto, que China es mucho, pero mucho más compleja que eso, pero la idea permite pensar la autocracia de Nicaragua en una perspectiva comparada.
Es difícil pensar que las movilizaciones logren la caída de Ortega y la sustitución del régimen. Ojalá, pues uno nunca sabe. La dictadura perdió el aura de invulnerabilidad y ha tenido que recular, haciendo concesiones. Hasta el momento, empero, las bases de su poder siguen mayormente intactas y las protestas carecen de liderazgo claro. Eso sí, ya se instaló en Nicaragua, muy a pesar del sandinismo, la discusión sobre la necesidad de moverse a una era postsandinista. Hoy Ortega lo que necesita es comprar tiempo.
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Costa Rica podría considerar un llamado a la Organización de Estados Americanos (OEA) a intervenir en la cuestión nicaragüense. Hizo bien la Cancillería en publicar, en estos momentos, los nuevos mapas con el mar territorial costarricense. En su debilidad, Ortega no pudo decir ni “mu”.
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