¡Qué días nos tocan vivir! En pocas semanas, el mundo parece haber sido atrapado por el odio y la intolerancia.
En Estados Unidos, un supremacista blanco asesina a 11 personas en una sinagoga, poco después de que otro ultra enviara por correo paquetes bomba contra políticos contrarios al presidente Trump.
En Turquía, un periodista saudita es descuartizado por un equipo de sicarios y torturadores cercanos al hombre fuerte de Arabia Saudita.
En Brasil, un político autoritario, incitador del odio, la tortura y la persecución de minorías, es elegido presidente de la República por un pueblo hastiado de la corrupción y la desigualdad. Harto de la democracia, también.
Estas son las más recientes noticias. Antes, un psicópata había sido elegido presidente de Filipinas y ensangrentado ese país. En Europa, la extrema derecha está en ascenso o ya gobierna en varios países. Solo 75 años después de ser derrotados, en Alemania, los herederos del nazismo cosechan éxito tras éxito en las elecciones regionales.
Nuestro vecindario tiene su propio zoológico: la crueldad del venal e incompetente gobernante venezolano, causante del mayor desastre humanitario de la historia continental; la voracidad de la satrapía que gobierna Nicaragua, capaz de masacrar y mentir sin inmutarse; la deriva autoritaria del presidente Hernández en Honduras, inconmovible ante la corrupción y la violencia contra los pobres.
Un escalofrío recorre mi espalda. Lo confieso. ¿Estaremos adentrándonos en una época de oscurantismo? ¿Regresaremos al mítico estado de la naturaleza hobbesiano en donde “el hombre es el lobo del hombre”? ¿Será mi país barrido por esta oleada autoritaria? Son preguntas que martillan, casi obsesivamente, mi cabeza.
En todas partes, los promotores del odio actúan con impunidad y prepotencia. Y, nuevamente, la religión es instrumentada como discurso de poder. En Brasil, Bolsonaro dice que gobernará con la Biblia y la Constitución.
Ciudadanías asqueadas escriben cheques en blanco. Por ello, no basta los llamados a cerrar filas a favor del pluralismo.
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Urge que los demócratas elaboremos respuestas democráticas a las graves limitaciones de nuestras democracias, ser persuasivos en que la defensa de la dignidad humana está por encima de nuestras legítimas diferencias políticas.
¿Qué hacer? Debatir con pasión e innovación, pero con empatía ciudadana, acerca del futuro de la democracia es crucial.