Ahora muchos corren para que un diputado presente un cambio al proyecto de reforma fiscal que los “trate bien”. Quieren lograr preferencias en el pago de impuestos o una exoneración. Lo de siempre: que los demás carguen con los costos del ajuste fiscal.
En esas carreras, pocos poseen argumentos razonables; incluso, algunos alzan la voz, con genuino interés público, para corregir defectos. Sin embargo, dejémonos de vainas: pululan los avispados procurando zafar el lomo. Si lo logran, el resultado agregado es que la reforma perderá músculo, tanto por el lado de los ingresos, como por el lado de empezar a poner orden en el gasto.
Vana ilusión. El hoyo en las finanzas públicas es enorme. Resulta que la magnitud del ajuste para equilibrarlas anda por encima del 5 % del producto interno bruto. Cuando digo “equilibrar” me refiero a eliminar el déficit primario del Gobierno Central (que los gastos no sean mayores a los ingresos) y, además, controlar el desbocado crecimiento de la deuda pública.
Estamos entre la espada y la pared. Si el gobierno se pone buchón y trata de sanear de un solo tiro sus finanzas, noquearía la economía con impuestos muy altos y recortes a programas sociales. Si deja que los avispados logren su cometido, un agujereado proyecto fiscal dejaría intacto el problema de insolvencia que padece. En poco tiempo tendría que salir a pedir fiado.
Lo que no se acaba de entender es que tenemos por delante, como sociedad, años de sacrificios y, por tanto, debemos asegurar que su distribución sea lo más equitativa posible. El proyecto de reforma fiscal es un primer paso y hace bien el gobierno en empujarlo obsesivamente porque estamos en un borde peligroso. Sin embargo, en el 2019 será necesario impulsar nuevos ajustes al gasto público y remendar los agujeros hechos por los vivazos.
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Habrá una decisión legislativa en pocas semanas. Mi pregunta es: ¿Cómo reactivar la economía cuando no hay espacio fiscal para más gasto e inversión pública? La clave es la modificación inmediata de las expectativas por medio de señales correctas: que el gobierno dé ejemplo de austeridad, mejoras tangibles en la calidad de los servicios públicos, promueva las alianzas público-privadas para las obras de infraestructura y reduzca la tramitomanía en áreas críticas para la inversión privada.
Mucho diálogo e insistencia en la hoja de ruta más amplia: lo fiscal nos acogota, pero no es el tema de fondo.