Rara vez hago una recomendación de lectura. Sin embargo, esta vez pienso en un libro publicado este año por dos politólogos que, creo, podría estimular una reflexión colectiva sobre el destino de las democracias contemporáneas: Cómo mueren las democracias (How Democracies Die, en inglés), de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt.
Dicen los autores, que estas mueren hoy distinto que antaño, cuando fenecían a causa de golpes de Estado militares, con apoyo civil o sin él. En estos tiempos mueren “desde adentro” por la erosión del régimen de libertades y derechos ciudadanos y de las instituciones del Estado de derecho.
Resulta que, cada vez más, líderes proautoritarios son elegidos por medios democráticos, montados sobre una ola de malestar ciudadano. Una vez arriba, socavan la democracia y acumulan poder para sí, en nombre del pueblo que los eligió: atacan a la prensa libre, secuestran los poderes del Estado –en especial el judicial–, violan normas y costumbres con impunidad, reprimen a opositores, primero selectivamente y, luego, masivamente.
Es un guion que se ha aplicado en muchos países, con distinto grado de avance, por personajes de muy diversa orientación ideológica: Venezuela, Filipinas, Nicaragua, Hungría, Polonia y Estados Unidos, entre otros. En Brasil, existe una alta probabilidad de que un impresentable como Jair Bolsonaro sea elegido presidente. Un apologista de la tortura, la violación de mujeres, el racismo y la represión de quienes piensan distinto a él, está a punto de hacerse con el mando de una de las democracias más grandes del mundo.
Los autores dicen que para que esos personajes lleguen al poder se requiere que fuerzas políticas, especialmente los partidos, les abran las puertas creyendo que son un riesgo manejable, que lograrán atajarlos y usarlos en su propio beneficio. Sin embargo, una y otra vez, los autoritarios terminan comiéndose a los incautos. Por supuesto, el telón de fondo son democracias minadas por la corrupción, incapaces de satisfacer las demandas ciudadanas y de enfrentar la creciente desigualdad.
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Veo este diagnóstico y no tengo duda de que mi país tiene comprados varios tiquetes de esa rifa: descontento ciudadano, sistema disfuncional, partidos en crisis, líderes ambiciosos dispuestos a jugar con fuego y hasta gritones demagogos. Sin embargo, a diferencia de las otras naciones, aún tenemos tiempo para elaborar respuestas democráticas para el peligro.