¿Será cierto que este horrendo año está por terminar? ¿O estoy soñando? Tengo miedo de ilusionarme y que la imaginación me juegue una mala pasada. ¿Imaginan que en verdad apenas andemos por ahí de julio? O, peor aún, ¿que estuviéramos atrapados en un tiempo circular, sin poder escapar del 2020?
Los vientos fríos y esos amaneceres que perfilan nítidas las siluetas de las montañas me dicen que, sin embargo, diciembre ya está aquí. Pero en esta época de las fake news y los universos paralelos, uno ya no puede confiar en nada. Ni en sus propios sentidos.
Siento que el 2020 acabará el día en que la humanidad controle la pandemia de covid-19. Y es que hay una diferencia entre el año cronológico de doce meses estrictos —con un primero de enero y un 31 de diciembre— y el año sociológico, «atiempado» por los ciclos propios de la historia social. Visto así, estaríamos todavía firmemente anclados en el «año pandémico», el más largo de la historia moderna.
La diferencia entre ambos tipos de unidades temporales no es una idea mía. Eric Hobsbawm, el gran historiador inglés, hablaba del cortísimo siglo XX, que se inició en 1914 con la I Guerra Mundial y el fin de la belle époque y concluyó con la caída del Muro de Berlín en 1989. Esa distinción le sirvió para enmarcar toda una época y caracterizarla.
Pero ¿a cuento de qué viene esta disquisición? Pues a una consideración elemental: nos sirve para preguntarnos por las claves de la época que vivimos y las prioridades que, como sociedad, enfrentamos. A no distraernos en pleitillos equivocados. Especialmente ahora que, junto con los vientos de diciembre y el olor a tamales, empiezan a agitarse los ruidos preelectorales.
Así, si estamos en el año pandémico del 2020, uno asociado a una grave crisis nacional (e internacional), entonces, no debiéramos quitar los ojos de lo medular: nuestra responsabilidad histórica para evitar que ocurra en Costa Rica lo que pasó en pandemias anteriores en muchas sociedades: el advenimiento de una prolongada época de turbulencias y extremismos, de retrocesos políticos, sociales y económicos.
Esa es, para mí, la prioridad de nuestro tiempo. Quienes aspiren en el 2022 a ser presidentes de la República pueden equivocarse, y mucho, si por lograr el triunfo apuestan por los demonios del conflicto durante una pandemia. Esas llamas podrían inaugurar un largo infierno.
El autor es sociólogo.