Diez años después de dejar voluntariamente el cargo de magistrado de la Sala Constitucional, cuando mi propósito era dedicarme a actividades profesionales privadas y ya había emprendido esta ruta, otra voluntad diferente de la mía urdió mi elección de diputado a la Asamblea Legislativa. He esperado otros diez años para empezar a contarlo.
Michael Ignatieff, académico canadiense que había vivido varias décadas fuera de su país cuando fue inesperadamente tentado a regresar para entrar en política, dice en Fuego y cenizas. Éxito y fracaso en política que lo primero que debes de saber cuando das ese paso es por qué lo haces: nos sorprenderíamos de cuánta gente entra en política sin ser capaz de ofrecer una razón convincente de por qué. Sospecho que este es mi caso, y me pregunto si lo hice por vocación, afinidad, ambición o curiosidad, o por ninguna razón consciente.
¿Por qué lo hice, a regañadientes de las personas a las que me debía? Muchos años hacía que el joven que yo era había participado en actividades políticas, pero más tarde fui decantándome por la periferia y allí me situé largo rato.
Cuando uno habla de participar en actividades políticas en un sistema como el nuestro, está refiriéndose a experimentar lo que sucede en el interior de los partidos y al calor de estos. Aprendí, siguiendo a Ignatieff, que un partido es el lugar donde los desconocidos y los que no lo son tanto se reúnen para defender aquello que comparten y luchar por una causa común.
Conocía más o menos el credo compartido y algo de la finalidad de la lucha, y sabía también que en el seno de los partidos crece la cultura de la intriga, capaz de desempeñar un ruinoso papel.
Todo esto lo había degustado, pero en gran parte lo había olvidado. Mi experiencia se reducía a unas pocas anécdotas, y estaba mal preparado para disfrutar la virulencia ocasional del debate intra y extralegislativo.
En esas condiciones, no obstante, el tiempo que dediqué a la Asamblea me enseñó sobre los mundos tan distintos y tantas veces contrapuestos que sin embargo la buena política está llamada a reconciliar, las ventajas de guardarse mutua consideración como requisito para alcanzar compromisos y las bondades de la inclusión como pauta juiciosa para poner orden, juntos, en nuestros asuntos comunes.
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.