Con el triunfo de Bernardo Arévalo en las urnas, el 20 de agosto, la esperanza renació en Guatemala. Es, sin embargo, un renacimiento prematuro y de pronóstico reservado. Pero los pueblos prefieren creer que temer y el espíritu dominante es el entusiasmo que despierta una presidencia conducida por la honestidad.
Es todo un hito del triunfo de la esperanza sobre la experiencia histórica. Si hay un pueblo que conoce de amargos despertares, ese es Guatemala. Todavía están abiertas las cicatrices de sus desencantos. No han sido pocos.
En 1996, llegó la paz con promesas democráticas, después de tres décadas de dictaduras, guerras civiles y genocidios sin nombre. Pero poco tardaron las sombras en adueñarse del paisaje. Las ilusiones despertadas por una nueva institucionalidad se estrellaron contra el asalto sistemático de la corrupción y la criminalidad sobre todos los poderes del Estado.
Una de sus primeras víctimas ilustres fue monseñor Gerardi, obispo asesinado en el altar de la lucha por la defensa de los derechos humanos. Su muerte marcó el tono de lo que seguiría. A pesar de que el libro de recuperación de la memoria histórica del país se titularía “Nunca más”, las condiciones se fueron agravando hasta el punto que la población llamaría Pacto de Corruptos a quienes ostentaban el poder político.
Hasta los viejos partidos políticos se resquebrajaron. Solo quedó un pequeño resquicio de posibilidades altamente improbables, representado por un sistema electoral blindado contra el fraude.
La presencia voluntaria de decenas de miles de ciudadanos que fiscalizaron el proceso era su garantía. La alternancia en el poder dejó esa puerta abierta al cambio. Pero, ya se sabe, era inverosímil pasar por ella, con tribunales que filtraban las candidaturas. Pero pasó. Bernardo Arévalo se coló. Sobrevivió a la judicialización electoral extrema que denunció Luis Almagro de la OEA y triunfó en la segunda ronda con un aplastante e inimpugnable margen de victoria. Su lucha apenas comienza.
Debilidad de origen
Pero son los establos de Hércules, con un Hércules debilitado, acosado por tribunales que aún lo persiguen y con una fuerza legislativa tan exigua que necesitará varios aliados, si cabe, apenas para sobrevivir. Es un legislativo de 160 diputados y la ley guatemalteca exige 81 votos como mayoría simple para aprobar las leyes.
El partido Movimiento Semilla de Arévalo tiene solo 23 escaños. Es una fracción minoritaria, con poco margen de maniobra y enorme vulnerabilidad frente a una robusta oposición.
En la acera opuesta, en cambio, desde la presidencia de Jimmy Morales se estableció una alianza de partidos que ahora controlan 79 curules. Se trata del Partido Vamos, del todavía presidente Alejandro Giammattei, que tiene 39 diputados; del partido UNE, de Sandra Torres, con 28 congresistas; y 12 del partido Valor, de Zury Ríos, hija del general condenado por genocidio.
Con esos votos, la oposición solo requiere un par más para pasar cualquier legislación. Nada difícil entre abundantes partidos de derecha. Sus leyes podrían, por ejemplo, limitar más al Ejecutivo. Ante ese trance, al gobierno, en cambio, le faltarían 31 votos para vetar arremetidas en su contra, incluso presupuestarias. También son los votos que impedirían su destitución.
Así, el gobierno entrante justo para sobrevivir necesita 54 votos que no tiene. Frenar su destitución exige alcanzar una difícil convivencia de consensos con fuerzas que no son las suyas. Pero eso no le daría para lograr ninguna transformación sustancial, lo que le obliga a limitar su agenda viable, inexorablemente corta de las más modestas expectativas ciudadanas. La primera de todas: la lucha contra la corrupción.
Campo minado
Ahí, en el aparato judicial y de persecución penal, es Arévalo quien está siendo más bien el perseguido. La tríada formada por la Fiscalía General, la Fiscalía contra la Impunidad y un tribunal penal tienen abierta una acusación contra la dirigencia del Movimiento Semilla, y antes de la segunda vuelta habían solicitado la desinscripción del partido. Eso no ocurrió, pero el caso sigue abierto y Arévalo está, más bien, a la defensiva.
Esas debilidades corresponden a situaciones estructurales externas. Son enormes, pero no agotan la fragilidad de la futura administración. Faltaría tomar en cuenta también las flaquezas propias de un partido sin experiencia de gobierno, sin personal propio de calibre administrativo probado y con una base, sobre todo estudiantil, propensa a maximalismos impensables.
Faltan cinco largos meses para la toma de posesión, en los que puede pasar cualquier cosa. Bernardo Arévalo quiere convertir en fortaleza ese inconveniente plazo, para ajustar su programa de gobierno, encontrar piezas clave para confiar ministerios y entes descentralizados de su mandato y, sobre todo, realizar el viacrucis de la concertación de alianzas indispensables para mínimamente gobernar, en un ambiente plagado de concesiones y compromisos. Es un campo minado. Cada paso aumenta el riesgo.
Es el corolario inevitable de haber pasado desapercibido. Su misma fortaleza es su mayor debilidad. Fue invisible al sistema que no pudo medir su avance, pero también fue invisible al personal profesional de calidad que ahora necesitará detectar, captar y mantener. Los campos enervados de la política guatemalteca impiden imaginar siquiera un reclutamiento de personal de gobierno por currículos.
En un contexto de destrucción de partidos políticos con experiencia y proliferación de partidos de ocasión, la alternancia de gobierno llega cargada de una enorme laguna de memoria institucional y de capacidades. Resulta en una democracia tullida con poca pericia para cumplir lo que de ella se espera.
La buena voluntad y la honradez indiscutibles del nuevo gobernante, saludadas y bienvenidas como son, pueden no alcanzar para sacar del atolladero a Guatemala. La esperanza que renace puede fácilmente trocarse en posible desaliento.
Velia Govaere, exviceministra de Economía, es catedrática de la UNED y especialista en Comercio Internacional con amplia experiencia en Centroamérica y el Caribe. Ha escrito tres libros sobre derecho comercial internacional y tratados de libre comercio. El más reciente se titula “Hegemonía de un modelo contradictorio en Costa Rica: procesos e impactos discordantes de los TLC”.