La división del Partido Restauración Nacional no sorprende. Agrias disputas internas afloraron con las circunstancias que llevaron a la agrupación hasta la segunda ronda, pasando por la elección de una bancada de tamaño inconcebible a treinta días de los comicios de febrero.
El crecimiento inesperado puso sobre el tapete el problema de adjudicar el dominio sobre la fracción legislativa y su inesperada cuota de influencia política. No era menos importante definir a quién corresponden las decisiones relativas a la enorme deuda política. Los enfrentamientos por asuntos de tesorería trascendieron en plena campaña.
Las diferencias quedaron de manifiesto cuando la dirigencia tradicional, en particular el diputado Carlos Avendaño, dejó de aparecer en actividades electorales. Las tensiones no resistieron medio año de ejercicio legislativo y la bancada se partió exactamente por la mitad, aunque hay rumores de algún otro tránsfuga, todavía no anunciado.
El manejo del poder y el financiamiento son problemas resueltos de antemano en los partidos políticos mejor constituidos. Nada confiere inmunidad ante el peligro de celos y ambiciones desatadas, pero ayuda mucho tener una concepción depurada de la sociedad y el Estado. Si el principio rector es la oportunidad, la cohesión se esfuma junto con la específica coyuntura favorable.
La lección no es para Restauración Nacional, sino para quienes se precipitaron a unírsele sin examinar su debilidad programática y organizativa, así como el carácter inquietante de los pocos elementos conocidos de su proyecto político. ¿Habría mantenido Restauración su coherencia si hubiese ganado la segunda ronda? Existe la tentación de creer que el poder cohesiona, pero esa idea ignora la experiencia histórica, incluso de partidos con más tradición y oficio. Ignora, también, la magnitud de las grietas abiertas en Restauración precisamente cuando tuvo a la vista la posibilidad de llegar al poder.
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La presidencia, lejos de eliminar las tensiones nacidas del manejo de la deuda política, las habría magnificado. Los pecados del partido en el poder son más caros, sobre todo si involucran a miembros del equipo gobernante. La administración de Fabricio Alvarado tendría enfrente la misma situación desesperada de las finanzas públicas e idénticos vendavales en contra, además de otros, nacidos del conflicto con sectores ofendidos por la discriminación. Esas aguas no se navegan con una barquita de ocasión.
Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.