Ataviada con orejitas de gato, la dirigencia sindical alivianó la zozobra de los últimos días. Seríamos mezquinos si no le reconociéramos otras gracejadas. No todas son tan obvias, pero sí comprometen nuestra gratitud por su valor terapéutico. La risa es un bálsamo en medio de tantos desencantos.
Uno de los ridículos más notables fue la denuncia contra el “gobierno represor” por limitar la libertad de tránsito el día del maullido. Para entonces, miles de personas, de toda edad y condición, se habían visto atrapadas en vehículos expuestos a los rigores del clima en las carreteras cerradas por manifestantes, sin servicios sanitarios y sin acceso a alimentos. En ocasiones, habían sufrido la humillación de ver a sus agresores disfrutar de bailes, cantos, bingos y carne asada. Eso no impidió a la dirigencia sindical quitarse las orejitas para parecer más seria y denunciar a la Policía por hacer uso de sus facultades al exigir documentos a los choferes contratados para traer gatos a la capital.
Es imposible encontrar la gracia en el cierre de quirófanos del Hospital San Juan de Dios, pero las explicaciones fuerzan una sonrisa. No hubo toma de la zona de quirófanos, sino una asamblea para analizar la huelga, dicen los dirigentes. Al parecer, no hay un lugar más apto. Tampoco es razonable esperar que una cirugía, o docenas de ellas, tomen prioridad sobre asuntos tan urgentes.
Por otra parte, los dirigentes proclamaron la participación de un millón de felinos, cifra digna de una sonora carcajada. Calcule el lector cuántos gatos deberían compartir un metro cuadrado para acomodar un millón de ellos en el paseo Colón. Se trata de la quinta parte de la población total, contando al pequeño compatriota nacido hace poco para convertirnos en una nación de cinco millones. O, si se quiere, es poco menos de la tercera parte de los 3.322.329 electores convocados a las urnas en febrero.
La proclama da risa, pero me la aguanto. Estoy dispuesto a creerla solo para ver si “las bases” piden cuentas a los dirigentes de lo que hicieron con tanto apoyo. Si son capaces de convocar, con un chasquido de dedos, a la tercera parte del padrón electoral, también pueden dictar condiciones. Ningún partido alcanzó tantos votos en la primera ronda y, juntos, los dos primeros apenas superaron el millón. ¿Qué hizo la dirigencia sindical con tan descomunal apoyo? Quizá nos mate de risa contestando que lo aprovechó para forjar su contundente victoria. La proclama del triunfo es la gracejada que falta.
Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.