En la brillante novela de Laurent Binot, “La séptima función del lenguaje” (2015, Seix Barral), la lingüística es la clave de un grave conflicto y el autor pone en palabras del gran Roland Barthes hospitalizado la genial frase de que todo está en la trama.
Para quienes practican distintas formas de meditación e introspección, el silencio es materia prima de esas actividades. Lo más difícil de acallar es la mente, esa chicharra constante que cuesta apagar aún dormidos, que es el motor incesante de alegrías, consternaciones y afanes. El inconsciente no cesa, dicen los entendidos que el silencio pleno se logra solo con la muerte.
El silencio es uno de los bienes más preciados de la posmodernidad: esquivo, caro, raro y escaso. Quien lo encuentra se desconcierta y no sabe cómo comportarse en su presencia, sucede algo similar que con el avistamiento de una celebridad importante.
Lugares ruidosos. Las ciudades no son el hábitat natural del silencio, tampoco la playa y el campo. No hace mucho tuve el asombro de ver en la arena marina a una pareja relativamente joven que no hablaban entre sí, no miraban el Caribe frente a ellos, sino que se sumergían en sus celulares a ritmo de reguetón en una especie de caja que disparaba indiscriminadamente decibeles en todas las direcciones, hiriendo los tímpanos de los demás vacacionistas, que –sin dar crédito– a la indiferencia de la pareja-pose, vestida con ropa de verano de marca italiana y anteojos de sol, aunque ya era casi de noche, estaban de pie.
No pude leer el libro que quería, ni disfrutar del paisaje, pero brindaron un espectáculo sociológico digno de estudio y lleno de ruido vacío.
Con el avance tecnológico y el desarrollo de nuevos materiales, se ha avanzado mucho en el aislamiento acústico. La insonorización en edificios no es algo extraño y muchos auriculares de la actualidad tienen cancelación de ruido, que si bien no hacen milagros, se mitiga en parte la contaminación acústica.
Los domingos por mi barrio pasan vendiendo huevos a las nueve de la mañana; me pregunto quién habrá hecho el estudio de mercado para satisfacer la demanda necesaria de ese nicho.
Física. El sonido es la propagación de una onda mecánica a través de un medio generada por la vibración de un cuerpo. El oído es capaz de transformarlo a partir de las oscilaciones de la presión del aire, enviándolo al cerebro en forma de impulso nervioso. En consecuencia, el silencio, por definición es la ausencia de sonido.
La intensidad del sonido se mide en decibelios, siendo una escala exponencial (como la de Richter para terremotos, es decir, que no es lineal y que cada aumento de 10 decibelios indica que es 10 veces más intenso). El oído humano tiene el límite de audición en torno a los 0 decibelios, y para todo lo demás están los instrumentos de medición, que pueden detectar el sonido a escalas negativas, como los -24 decibelios a los que “suena” el choque de las moléculas de aire.
El silencio puede medirse mediante las llamadas cámaras anecoicas; son el lugar idóneo para comprobar a qué “suena” el silencio real (aunque parezca un oxímoron). Son espacios formados por paredes que absorben todas las ondas sonoras y las hacen rebotar (como una pared normal). A su vez, las paredes están aisladas del exterior, de modo que en su interior se emulan las condiciones acústicas que se darían en ausencia de cualquier reflexión por ondas acústicas. Evidentemente, esto tiene un valor científico para efectos académicos y desarrollo de productos.
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Método personal. Siguiendo al filósofo empirista escocés David Hume, he desarrollado un mecanismo de defensa al cual le he dado en llamar supresor de “ruido inútil”, que consiste en cuidar mi lenguaje corporal para que no delate mi ausencia de atención ante la estupidez humana.
Al igual que la memoria muscular, mi sistema se activa en automático, sobre todo en ciertos entornos laborales, siguiendo dos criterios primarios: quién hace uso de la palabra y al oír palabras claves: si confluyen los dos factores de riesgo, entonces dejo de escuchar, aunque mi comportamiento exterior sea socialmente correcto.
Es curioso como el silencio puede ser un aliado al servicio de la inteligencia. En mi caso, un lunes cualquiera, por ejemplo, si escucho: “ley general…” no pierdo mi tiempo en una retahíla interminable de variaciones de un mismo tema intrascendente. Le recomiendo que lo utilice porque funciona.
El autor es abogado.