Columnistas

Espectro nacionalista

Mi problema con el nacionalismo es su vocación excluyente y autoritaria. Al definir las fronteras del ‘nosotros’, solo dejó por fuera a ‘los otros’ y, recurrentemente, los trató con crueldad

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Nunca fui amigo del nacionalismo. Y sigo sin serlo. Entiendo la función de cohesión política que cumple al dotar de identidad común a poblaciones dispersas y desconocidas entre sí. Y su utilidad cuando, frente a amenazas reales o percibidas, las clases gobernantes, o las aspirantes a serlas, lo emplearon como revulsivo para organizar y movilizar a sociedades ocupadas en su vida cotidiana.

Mi problema con el nacionalismo es su vocación excluyente y autoritaria. Al definir las fronteras del “nosotros”, no solo dejó por fuera a “los otros”, sino que recurrentemente los trató con crueldad: fueron acusados de complotar amenazas, se les persiguió, expropió y, en las versiones más extremas, liquidó en masa en medio de, al menos, una aquiescencia general. Además, a los que en principio formaban parte del “nosotros”, les exigió obediencia completa, la sumisión total a la causa, so pena de ser acusados de quintacolumnistas. La duda y la disidencia fueron duramente reprimidas.

A lo largo de la historia moderna, la definición del “nosotros” ha sido una operación política estratégica. Las clases gobernantes la emplearon para amasar poder y liquidar a la competencia política y a polos económicos independientes. Fue la receta de una procesión de caudillos de una u otra bandería ideológica para desviar la atención de los problemas reales.

¿Hay maneras inclusivas de construir el “nosotros” que no pasen por la movilización del fervor excluyente? Y, si hubiere, ¿serían una variante del nacionalismo, o algo distinto? El comunismo, como ideología global, fue, teóricamente, una alternativa no nacionalista de trazar la frontera del “nosotros” (la clase trabajadora), pero su persecución contra los “otros” fue igual o peor de cruel.

Respondo mis preguntas: sí, los partidos democráticos fueron una manera distinta de generar identidades colectivas no totalitarias. Sin embargo, esos partidos son una especie casi extinta en Costa Rica y, por eso, la mesa está servida para que algún político azuce versiones del nacionalismo extremo. Si tengo que infelizmente colgarme a alguna versión nacionalista para recrear un “nosotros” inclusivo, lo haría bajo el paraguas del “patriotismo constitucional” del filósolo alemán Habermas. Me adhiero a la visión de Costa Rica como una sociedad democrática y pacífica, que abre sus brazos a la pluralidad y la tolerancia, como dice nuestra Constitución.

vargascullell@icloud.com

Jorge Vargas Cullell es sociólogo.

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