Hoy me dio un ataque de sociología. Revisé si el virus se pasa a otros, pero resulta que es inofensivo. Y todo se originó porque el otro día, leyendo un artículo, me topé con una cita muy sugestiva para pensar la situación de nuestro país: “La historia es el cementerio de aquellas clases que han preferido los privilegios de casta a ejercer el liderazgo”. La escribió hace más de medio siglo el sociólogo Digby Baltzell, una autoridad en el estudio de las clases altas de Estados Unidos. Tenía conocimiento de primera mano, pues pertenecía a una de las familias más encopetadas de ese país.
En su momento fue un personaje de gran importancia para la sociología, pero hoy está casi olvidado. Conociendo la tuza con que se rascaba, afirmó que el destino de una sociedad estaba muy influido por el tipo de clase alta que tuviera. Esta, según él, dejaba de ser una aristocracia —basada en el mérito— y se convertía en casta cuando sus esfuerzos se centraban en retener el estatus y privilegios de las generaciones anteriores, pero perdía la capacidad de liderar a una sociedad con proyectos de envergadura colectiva y cerraba la entrada a nuevas personas de valía y visión, por razones de raza, religión o etnicidad. Este cambio era fatal para su destino mismo como clase y, debido al poder e influencia que tenía, para el destino de una sociedad.
¿En qué andan las clases altas de Costa Rica? La pregunta, creo, se las trae. Pienso que, salvo en la época del café, a mediados del siglo XIX, cuando lideraron una gran transformación productiva y social que sacó al país de su miseria, en el siglo XX se fueron enrocando cada vez más en sus posiciones y posesiones. Opusieron resistencia feroz a la seguridad social, al Código de Trabajo y a mucha de la modernización del país, aunque terminaron adaptándose a ella, especialmente por el miedo al comunismo. Sin embargo, no dirigieron el proceso y, pienso, se fueron refugiando cada vez más en sus palacios.
No estoy seguro de que mantengan hoy esa capacidad de adaptación. Especulo que no están muy interesados en el país, pues mucha de su riqueza ya no está aquí. No los veo hablando con otros sectores y clases y, quizá, han ido cerrando el portillo de la renovación: se crían y se casan entre ellos y viven en ambientes asépticos lejos de las plazas, escuelas públicas, buses y fiestas patronales. En fin, hoy me golpeó el virus sociológico.
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El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.