En medio de toda la incertidumbre que nubla la actual ruta de la educación pública, los jóvenes Natalia Orozco Delgado y David Araya Mora nos regalaron una linda historia de éxito que nos devuelve la esperanza.
Natalia obtuvo calificación perfecta en la prueba de admisión del Instituto Tecnológico de Costa Rica (Tec) para el 2024 y David alcanzó el mismo logro en el examen de la Universidad de Costa Rica (UCR).
Ellos son, orgullosamente, producto de la enseñanza estatal y egresados de la misma secundaria, el Colegio Científico de Alajuela, el cual pudo colocar siete estudiantes entre los mejores promedios de ingreso a ambas universidades.
Natalia y David se veían radiantes el día que recibieron el reconocimiento por sus notas. Y no era para menos, años de esfuerzo, disciplina y sacrificio les abren ahora, de par en par, la puerta de las oportunidades.
Ellos son el vivo ejemplo de que se puede aspirar a la excelencia y trascender, a pesar de que nuestro sistema educativo evidencia notorios signos de deterioro y de ensanchamiento de brechas.
De hecho, esta misma semana nos enteramos de que Costa Rica cayó del lugar 49 al 57 en el ranquin de países que participan en el Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (conocido como pruebas PISA).
Pese a lo anterior, Natalia y David demuestran que sí hay capacidad y sed de aprendizaje en los salones de clase; y que tenemos materia prima para forjar grandes profesionales y, sobre todo, mujeres y hombres de bien.
Estamos claros en que los colegios científicos se encuentran dos o tres gradas más arriba con respecto al resto de las instituciones públicas, debido a su marcado énfasis en la promoción del razonamiento y la investigación.
Además, es cierto que la cantidad de jóvenes que logran enrolarse, cada año, en dichos centros educativos es muy reducida en comparación con la creciente demanda de cupos.
Pero también resulta notorio el desfase curricular en las restantes modalidades de la enseñanza pública, que parecen más enfocadas en cumplir cuotas de promoción que en convertirse en verdaderas fábricas de talento.
Entonces, la buena noticia es que hay capacidad. Lo que falta son visión y voluntad para extender las mejores prácticas pedagógicas a todos los confines del sistema educativo. Natalia y David son prueba del enorme potencial que tenemos.
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El autor es jefe de información de La Nación.