Debo agradecer a Jorge Guardia, miembro de la Junta Directiva del Banco Central, designado por este gobierno, haberse tomado la molestia de referirse a mi artículo “Extraña política cambiaria”, publicado en La Nación el 5 de febrero.
En primer lugar, menciona varios errores conceptuales, los cuales, a su juicio, invalidan mi análisis. Más parecen divergencias conceptuales surgidas de nuestros diferentes enfoques teóricos.
El enfoque monetario de la balanza de pagos (EMBP) y su corolario, el enfoque monetario del tipo de cambio, surgidos en la década de los sesenta, a partir de los trabajos de Johnson y Mundell y sus precursores, plantearon, de forma más clara, la interrelación entre el tipo de cambio y las variables monetarias.
Antes, en un mundo dominado por tipos de cambio fijos, en la mayoría de los países, la relación entre esos grupos de variables era difusa. Las teorías dominantes hasta entonces, entre ellas el enfoque de absorción o el de elasticidades, no resolvían satisfactoriamente esa relación.
El cambio más importante del EMBP fue considerar el equilibrio de la balanza de pagos como, primordialmente, un fenómeno monetario. La política monetaria y la de balanza de pagos, o en su defecto, del tipo de cambio, son caras de un mismo fenómeno, íntimamente relacionadas.
Masiva deuda en dólares
Bajo la bandera de “cambiar deuda cara por deuda barata”, en los últimos años, el Ministerio de Hacienda se endeudó masivamente, tanto en el exterior como en títulos en moneda local, pagados con ingresos financieros externos, en un monto cercano a los $6.000 millones.
Como no fue cierto que los recursos captados se usarían para sustituir deuda cara por deuda barata, sino para financiar gastos corrientes del gobierno, y para eso necesita colones, no dólares, los transformó a través del Banco Central de Costa Rica (BCCR) en el Mercado de Monedas Extranjeras (Monex), un mercado de por sí demasiado imperfecto, dominado por el propio Banco, del cual se desconocen los criterios para intervenir y afectar el tipo de cambio —una extraña forma de ejecutar la política cambiaria—.
La acumulación de reservas se volvió inevitable, para no ocasionar mayor revaluación de la moneda, aumentándolas más allá del nivel óptimo. De hecho, como paliativo, el BCCR podría aprovechar para prepagar deudas onerosas, entre ellas el préstamo del FLAR y disminuir un poco los efectos negativos.
Como Hacienda no hizo su tarea de prever los ingresos de divisas para el 2023, incluidos los flujos por turismo, inversión externa directa —al final fue casi solo reinversión de utilidades— y exportaciones, ni el BCCR se lo advirtió, pasó por alto que esas fuentes ya eran suficientes para financiar los pagos al exterior, tanto del gobierno como del sector privado, y se endeudó masivamente en dólares.
Traer tanta moneda extranjera, como lo hizo, fue contraproducente, pues profundizó la revaluación y exacerbó la acumulación de reservas, cuyas negativas consecuencias para la economía conocemos.
Lujo muy caro
Aunque algunos lo ven como virtud, esa acumulación de reservas es perjudicial, pues es pedir prestado dinero (Hacienda) para mantenerlo guardado (el BCCR), ¡un lujo muy caro!
Por añadidura, al acumular reservas, produce una emisión de dinero, a un costo muy alto, pues para evitar sus efectos sobre la inflación, el tipo de cambio y los mercados financieros, el BCCR se endeudó más con el público para sacar el exceso de dinero de circulación, y vendió bonos de estabilización monetaria y otros instrumentos, agregando más costos al proceso.
Así, mientras Hacienda llena el bote con agua, el BCCR trata de sacarla a como pueda. Esto es precisamente otro aspecto extraño de la política cambiaria, pues el Banco se limita a seguir las actuaciones de Hacienda. Política, en este contexto, no significa un conjunto de normas formalmente aprobadas por órganos competentes.
Para colmo, además de los eurobonos, el año anterior, Hacienda realizó colocaciones de títulos en el mercado local, adquiridos en su mayor parte por bancos internacionales, operaciones recientemente permitidas en Estados Unidos, y también por algunos inversionistas locales.
Esto fue incentivado por la gran diferencia entre las tasas de interés locales y las internacionales, además sin riesgo cambiario y, más bien, con un sustancioso premio en el tipo de cambio.
Los compradores traían divisas, las vendían en el Monex y compraban títulos de Hacienda. Los resultados de la balanza de pagos muestran claramente la cercana coincidencia entre colocaciones de Hacienda con los ingresos de capital financiero externo.
Como bien ha señalado reiteradamente el economista Fernando Naranjo, profesor durante más de doce años de la Cátedra de Finanzas Públicas en la Universidad de Costa Rica, esto configuró un gran negocio para quienes compraron esos títulos y otorgó un inconveniente subsidio a los bancos externos y a las afortunadas personas compradoras, cuyo costo, inevitablemente, recaerá sobre las espaldas de los contribuyentes en los próximos años, cuando deban repagarse los intereses y el principal.
Impericia en el manejo de fondos públicos
Este tipo de políticas son injustas para la ciudadanía y denotan alguna impericia en el manejo de fondos públicos. Haber mantenido El BCCR las tasas nominales de interés internas tan altas, con deflación —o sea, a tasas reales aún más altas— y con elevados ingresos de capital, carece de explicación lógica o económica, excepto especular sobre alguna intención de colaborar con Hacienda para facilitarle colocar deuda, o bien, el temor de causar salidas de divisas, generar devaluación de la moneda y hasta revertir la deflación, lo cual parece estar fuera de los planes del Banco.
Jorge Guardia culpa a la Asamblea Legislativa por haber autorizado esa inusitada emisión de eurobonos, con lo cual concuerdo parcialmente. Desde el principio, parecía imprudente y ultra petita dar ese cheque en blanco al gobierno. Cuando menos, debió condicionarse al logro de metas básicas de equilibrio fiscal, monetarias y cambiarias, basadas en previsiones del flujo de divisas. Pero se dio, y la responsabilidad de administrar esas colocaciones pasó a ser de Hacienda, y no lo ha hecho bien.
Finalmente, parece irrelevante discutir si hay una política cambiaria o no. Más bien se ve como una cuestión semántica. De hecho, “la simple decisión de no tener una política es una decisión de política”.
Aunque existiera flotación del tipo de cambio, esta es, en sí, una política cambiaria. Mucho más en una flotación sucia o administrada. Esta política la ejecuta el BCCR, en respuesta a las actuaciones de Hacienda, con definición formal de su Junta Directiva o sin ella.
El autor es economista y fue regular general de la República.
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