¿Quiénes son mejores bomberos, los intelectuales o los políticos?
“Cuando la casa se quema, al intelectual solo le cabe intentar comportarse como una persona normal y de sentido común […]; si pretende tener una misión específica se engaña, y quien lo invoca es un histérico que ha olvidado el número de teléfono de los bomberos”.
Umberto Eco, a finales de los años noventa, en un artículo que levantó roncha en Italia. Hasta llegaron a peguntarle qué debe hacer un intelectual si el incendio ocurre un día en el que los bomberos están de paro.
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Sospecho que si el artículo se hubiera publicado en Cosa Rica no habría faltado quien festejara lo oportuno del olvido aduciendo que, si la llamada fuera recibida por un bombero intelectualmente formado, podría ocurrir que este quisiera, antes de atender la emergencia, entablar un intercambio de opiniones sobre la importancia del verso alejandrino en la lírica española.
Me trajo esto al caletre la benevolencia de los comentaristas que siguen esforzándose por encontrarles algo rescatable a los escuálidos resultados del cónclave siglado COP26, que tuvo lugar en Escocia y atrajo a políticos de todo el mundo en un número superior al de los efectivos que participan en algunas grandes maniobras militares de la OTAN.
Del torrente de falsas justificaciones y promesas desfachatadas que ahí se suscitó, se saca en claro que, comparados con los intelectuales metidos a bomberos, los políticos llamados a evitar la incineración del planeta son verdaderos pirómanos.
Si, una vez conocidos los logros de aquel festival de egos, pretendiésemos predecir el futuro de nuestra especie, habría solo dos opciones, y ambas nos remiten al concepto de humus según lo define el mataburros: enterramos ya los restos gaseosos de los politrillones de seres, otrora vivientes, que fueron exhumados en poco más de 200 años como combustibles fósiles, o nos apuramos a confeccionar picos y palas para facilitarles a los sobrevivientes del cambio climático la durísima labor de inhumación que les espera.
Por ahora solo nos queda colocar un ramo de calas sobre la tumba de la cordura y preguntarnos si el comentarista local que se refirió a la ciudad escocesa en la que tuvo lugar el encuentro, llamándola Glass Cow (vaca de vidrio), lo hizo para demostrar su aptitud profética.
El autor es químico.