La Conferencia Episcopal ha declarado la guerra a un fantasma construido por ella misma: la “ideología de género” y su presunto reflejo en los programas de educación sexual del Ministerio de Educación. Su eje de batalla parte de una falacia reduccionista, porque ni existe una “ideología” al respecto, ni los planes pretenden “adoctrinar en esta línea de pensamiento a nuestros niños y jóvenes”, como reza el comunicado emitido el lunes.
Lamento que los prelados hayan decidido atizar, en tiempos electorales, la crispación de un debate que debe ser racional. De paso, adoptan una curiosa forma de ecumenismo, al aliarse de hecho con franquicias políticas ultraconservadoras, que han levantado el mismo tema de campaña. Así, monseñor José Rafael Quirós ha subido a la misma tribuna que Justo Orozco, Abelino Esquivel, Gonzalo Ramírez y Carlos Avendaño. Lamentable.
He leído las 94 páginas de la propuesta del MEP y las cuatro del comunicado episcopal. La primera no es perfecta, pero constituye un gran avance hacia una verdadera educación en sexualidad y afectividad, algo de lo que carecemos. Se basa en el respeto, la tolerancia, la equidad, el amor y la autonomía; en esencia, la libertad responsable, valor siempre temido por los dogmas.
No responde a “colonizaciones ideológicas, sostenidas también por países muy influyentes”, según una frase del papa Francisco que cita el comunicado. Al contrario, se basa en principios universales. Y no olvidemos, de paso, que también la Iglesia es una organización transnacional sumamente influyente y el Vaticano, un Estado.
Al plantear la existencia de una “ideología de género” y definir a su gusto en qué consiste, la Iglesia abandona el rigor intelectual y se limita a crear una etiqueta para deslegitimar y atemorizar. Al afirmar, en un glosario, que el género “refleja y perpetúa las relaciones particulares de poder entre el hombre y la mujer”, el MEP incurre en un absurdo determinismo que, precisamente, los programas buscan superar.
Pero la médula del tema es otra: la necesidad de que, en un país afectado por prejuicios, violencia doméstica, acoso y embarazos adolescentes, contemos con una educación sexual humanista y realista. No la disloquemos con simplismos, polarizaciones o choques dogmáticos.
(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).