Por fin las circunstancias obligan al Dr. Ronald Evans, epidemiólogo coordinador del equipo de la Universidad Hispanoamericana dedicado a estudiar la evolución de la covid-19 en el país, a exclamar: «¡El descenso de la pandemia es espectacular!». La expresión es reconfortante por venir de quien se ha visto en la obligación de dar malas noticias durante largos meses.
La alegría no es para menos: la tasa de contagio cayó de un 0,77 a un 0,72, y el promedio de casos diarios es 589, un 36,1 % menos. La tasa de incidencia alcanzó apenas 115,8 enfermos por cada millón de habitantes y, en los hospitales, el agotado personal médico comienza a sentir alivio.
Solo dos de los 82 cantones están en condición roja y hay 35 calificados de bajo riesgo. En todas partes la pandemia está en retroceso, con las excepciones de Palmares, donde la tasa de contagio llega al 1,11, Los Chiles (1,09) y Coronado (1,08). El avance es sorprendente y viene manifestándose desde hace semanas.
Los epidemiólogos, Evans entre ellos, han aprendido a no echar las campanas al vuelo y junto con las buenas noticias advierten la necesidad de mantener la cautela para evitar cambios inesperados, como los ocurridos en otras latitudes. En ausencia de una variante más infecciosa o letal, y con los cuidados aprendidos en año y medio de pandemia, el país va por buen camino.
La pregunta es por qué, y la respuesta es obvia. Sí, el distanciamiento social y el uso de mascarillas han probado ser útiles. También, la reducción de movilidad mediante la criticada e incomprendida restricción vehicular. Pero a ningún estudioso de la materia le cabe duda del papel decisivo de la vacunación.
En un par de meses, el país espera tener inoculado al 80 % de la población meta inicial con vacunas de alta calidad. Los vacunados no están a salvo de infectarse, pero difícilmente engrosarán las estadísticas de casos graves y de pacientes fallecidos. Pocos inoculados llegan al hospital luego de infectarse, y los que llegan salen mucho más rápido y son raras las muertes.
Vistos los resultados —y para cada uno hay estadísticas cuidadosamente registradas— los activistas contra la vacunación son cada vez más difíciles de comprender, no obstante su reducido número y la indiscutible verdad del refrán «hay gente para todo», que apunta a la inevitabilidad de algún grado de aceptación de ideas y prácticas más irracionales. No obstante, a estas alturas, ya no debería haber gente para esto, aunque sean cuatro gatos. Mucho menos debería haber quien los aliente desde la política o desde cargos del Estado.
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