Vivimos en la edad de la grosería. De la grosería irredenta, que se regodea de su descaro. Hablo del Banco Nacional, que desactivó sin previo aviso un aparato requerido para la banca en línea. Súbitamente dejó de funcionar, a mí y a decenas de miles más. Cero comunicación en mi buzón, solo la noticia en la prensa y el dicho entre conocidos de que había que ir personalmente a arreglar el problema.
Tenía una “pata” para procurar un tratamiento distinto, pero decidí no hacerlo, por razones éticas y por la curiosidad de ver el trato que el Banco dispensa a los dolientes. Fui, entonces, a una oficina. Una persona me llevó a la plataforma de servicios y el aparatito me asignó el número 90. Como iban por el 32, me apresté para una larga espera, que resultó ser de 3 horas y 47 minutos, salpicadas por las típicas conversaciones sobre qué barbaridad, me voy a cambiar de banco, qué se creen, en fin, lo ya sabido.
Llegó mi turno y expliqué la situación a la funcionaria, quizá esperando algún tipo de disculpa por el problema. Cajita blanca. Entonces, pasamos a lo que vinimos, y ella me dijo: “Tiene que firmar este documento”. Varguitas: “¿Cuál?”. Este: “Orden de deshabilitar hardware token”, que dice “Autorizo al Banco Nacional para deshabilitar mi servicio de hardware token por __ PÉRDIDA __ROBO __NO DESEO UTILIZARLO. Soy conciente (sic) de que estoy bajando de nivel de seguridad y lo hago bajo mi propia responsabilidad y riesgo”.
“Pero —refuté— ni lo perdí, ni lo robé y sí deseo utilizarlo. Ustedes me lo desactivaron sin avisar. Me bajan el nivel de seguridad y encima me endilgan la responsabilidad”. Respuesta: “Tiene que firmarlo, o si quiere le doy el token viejo de vuelta”. Varguitas: “Pero no sirve”. Funcionaria: “Cosa suya”. Arrinconado, solo atiné a agregar esta leyenda: “A mí el banco me está forzando a bajar mi seguridad. No es mi deseo”. Y firmé. La cereza del pastel fue este intercambio, cuando mi ánimo ya buceaba por el sótano del edificio. Varguitas: “Dígame, ¿se disculpará el Banco Nacional por todo esto?”. Funcionaria, mirándome fijamente: “¿Disculparse de qué?”. ¡Ah, bueno! Encima, salí trapeado.
¿Mi sueño de opio? Que el Banco publique el nombre de los responsables, que los sancione, que rompa el documento que me forzaron a firmar y que mande explicaciones y disculpas a cada cliente. ¿Cómo tener la plata en un banco que nos fuerza a aceptar un servicio inseguro?
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