Según parece, más de una congregación evangélica –pentecostales incluidos– suelen “hablar en lenguas”, algo que ellos definen como un don proveniente del Espíritu.
Un don, me apuro a decir, elitista por naturaleza. El hablante del caso, a la hora de emitir su inefable dicho no es entendido por el público (fenómeno que semeja el desencuentro de dos o más sujetos que usan idiomas diferentes o que traen a veces dialectos muertos a la vida), aunque sus defensores alegan que lo que realmente pasa es que la traducción de la palabra espiritual excede la comprensión corriente y se torna inaccesible.
De allí que los agentes de estos coloquios prefieran ante todo la privacidad y gestionen sus reuniones de escucha en medio de ciertos oficios litúrgicos, acompañados de gente habitual y a cubierto de un auditorio potencialmente adverso.
El filósofo medieval Juan Roscelino de Compiegne (siglo XI de nuestra era, vean qué temprano) ya descalificaba lo que él llamó “un soplo de aire generado por la voz”, carente de significado alguno, y negó crédito a la “glosolalia”, nombre que los lingüistas aplicaron después a tales prácticas.
No obstante, los evangelistas de acá y de allá, y hoy el Partido Restauración Nacional, cultivan el campo a su modo, seguros de que el carisma de su líder y candidato, Fabricio Alvarado, desciende de una región incógnita, en posesión de etéreas verdades que el sujeto promedio no es capaz siquiera de arañar… ¡y no es broma!: muchas y piadosas almas lo creen así, un poco a la manera de un oyente de lenguas. “Creo en el soplo de aire, pero no sé lo que oigo”.
Este es casi un estado de trance, un vértigo pasivo que se carga lento y gradual, y su lógico efecto sería, por ejemplo, colocar, en una fecha indicada, un voto electoral como le guste al jefe.
¿El Otro no existe? El voto prestado, en una segunda vuelta, vale oro: es el hecho que definirá la presidencia de Costa Rica el próximo 1.º de abril y que exige a las dos fuerzas en pugna –PRN y PAC– un esfuerzo contundente a la hora de las propuestas.
Esfuerzo que alcancen a visibilizar los electores y que resulte generoso en argumentos, razones y motivos históricos. Lo que se dice un ejercicio de auténtica democracia, el marco patriótico fervoroso y proporcionado que siente las bases de un debate no para vencer sino para convencer (enseñó Miguel de Unamuno en un momento crucial de España); y que impulse a cada protagonista entonces a no perder de vista al adversario que es el Otro: un Otro con los mismos derechos y deberes.
Me adelanto un poco a lo que vendrá, pero las declaraciones de Fabricio Alvarado a La Nación (sábado 17) no arriman un hombro al marco deseable; al contrario, constituyen un primer lunar en el plano de las buenas intenciones, dado que el pretendiente del PRN arranca en cuarta o quinta velocidad con el remanido anuncio absoluto, propio del aspirante que ningunea a su adversario.
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Uno de sus primeros actos presidenciales –anticipa– será eliminar el decreto que se opone a la discriminación de las personas LGBTI (lésbico, gay, bisexual, transgénero e intersexual), dado que “contiene elementos muy claros relacionados con la ideología de género”, sin precisar tamaños elementos.
Espero, por fin, que el susodicho no haya hablado previamente del tema en lenguas y que no sea esta una mera repetición de lo que oyó.
El autor es escritor.