Éramos un pequeño grupo. Durante varios años nos poníamos en contacto a principios de setiembre para concertar una suerte de apuesta sobre la adjudicación, en octubre, del Premio Nobel de Literatura. Fallé casi siempre porque «apostaba» empecinadamente al albanés Ismail Kadaré, el Borges de los Balcanes.
Si hoy fuese posible volver a la costumbre, tal vez resultaría menos aventurado basarla en la predicción del equipo que será el vencedor en la Champions League. Sin embargo, me atrevería a pronosticar, a riesgo de recibir una reprimenda, que el nobel de este año será el novelista francés Michel Houellebecq, quien comenzó como poeta y hoy es considerado uno de los grandes escritores del siglo XXI.
En 1991 publicó el poemario «La Poursuite du Bonheur», que leí en francés y nunca me preocupé por averiguar si había sido traducido al castellano, aunque llegué a pensar que si alguien lo intentase se enfrentaría a un hueso duro de roer: su rima y su métrica me parecían de muy difícil transcripción y sus ideas se me antojaban extremadamente complejas.
Tratando de paliar los efectos que el desuso estaba teniendo sobre mi endeble capacidad de lectura de la lengua de Molière, desde hace algún tiempo decidí ejercitarme traduciendo poco a poco el poemario de Houellebecq sin otro fin que el de conservar la forma, como dicen los atletas agotados.
Me siento satisfecho en lo que respecta a mi «versión en castellano» de sus poemas: si bien tuve que sacrificar la rima, en cuanto a la métrica logré hacer la marca evitando caer en los versos libres y, como dicen en Alajuela, «me la jugué».
Atrapado un sábado de estos en un congestionamiento vial, me entretuve escuchando un programa de una radioemisora local en el que un entrevistador se aprovechaba de una cita nada ideológica de Houellebecq para bajarle el piso al poeta tildándolo atolondradamente de reaccionario. «Nunca aprenderán», pensé, y, gracias a que los oficiales de tránsito despejaron la vía, apagué el radio y metí el acelerador.
Había recordado el clima aberrante que conocí en la universidad cuando académicos de izquierda denostaban a Kundera por reaccionario y académicos de derecha vilipendiaban a García Márquez por comunista. De ahí venía aquel «nunca aprenderán», que se me había escapado en la fatigosa espera al volante.
El autor es químico.