“¿Qué signo haces, oh cisne, con tu encorvado cuello?”, interrogaba Rubén Darío, hermanado con la alicaída generación del 98, en aquel fatídico cambio de época de finales del siglo XIX. Marcado por la guerra de Estados Unidos contra España y el irreversible declive del viejo león de Castilla, se iniciaba entonces, manu militari, el ingreso de los Estados Unidos en la geopolítica mundial.
Rubén lo vio como un presagio funesto. Dos guerras mundiales habrían de culminar después lo que Ian Kershaw bautizó como descenso a los infiernos. “¿Por qué tardas, qué esperas?”, le reclamó Darío después a Cristo, y la fe de varias generaciones quedó pendiente de respuesta.
Fin de año. Tiempos aciagos. Las sombras asaltan el tablado. Paso a paso, la guerra en Ucrania anuncia nuevas tormentas. Y frente a la promesa catastrófica que da la incertidumbre bélica, la prensa universal enarbola también banderas de inasibles victorias. Que se busque, si me equivoco, un diario internacional mainstream que haya asumido una decidida línea editorial pacifista. Y, sin embargo, en esta guerra por procuración entre Estados Unidos y Rusia, solo la paz abriría caminos de esperanza.
Pero en el nuevo horizonte del año que se anuncia, nada se dibuja que se asemeje a un fin del conflicto. Todo apunta a una escalada que no vislumbra límites, por lo menos convencionales. Y aun ahí, todo error de cálculo nos llevaría al averno. Acertado, Karl von Clausewitz advertía de que la escalada beligerante necesita la moderación de la política, porque acciones recíprocas mantenidas de forma continua conducirán inevitablemente a extremos.
Pero la política está fallando. La paz enfrenta a mercaderes de la guerra. Lejano de nuestras costas queda el ruido de los cañones, y nosotros, sumergidos en nuestra cada vez menos bucólica burbuja, sentimos al mundo ancho y ajeno. Nada nos concierne. Nada nos atañe. Hasta que nos alcance el dolor de la palabra de concordia que no dijimos.
El papa Francisco es una voz solitaria. Llama a la paz. El 22 de diciembre manifestó que en nombre de ningún Dios se puede declarar santa ninguna guerra. Para él, la violencia y la guerra son siempre un fracaso civilizatorio. En eso estamos, deshojando margaritas mientras descubrimos si somos capaces de detener nuestros sonámbulos pasos al abismo.
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Velia Govaere, exviceministra de Economía, es catedrática de la UNED y especialista en Comercio Internacional con amplia experiencia en Centroamérica y el Caribe. Ha escrito tres libros sobre derecho comercial internacional y tratados de libre comercio. El más reciente se titula “Hegemonía de un modelo contradictorio en Costa Rica: procesos e impactos discordantes de los TLC”.