El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha ambicionado por largo tiempo lucir una túnica imperial. Su sueño, a los 65 años recién cumplidos, en convertirse en el más afamado y poderoso líder de Turquía, y ojalá del mundo, llegó a adueñarse de su imaginación, de sus visiones futuras y de sus actuaciones, y por ello hizo caso omiso del sabio consejo de discernir entre lo deseable y lo realista.
Su larga y controversial carrera política devino en un opio que lo empujaba a desear más, sobre todo, más brillo y más poder. Los traspiés sufridos en su camino los interpretó como llamadas de atención para perfeccionar sus actuaciones con el fin de ser admirado y enrumbar su destino imperial. Así, sucedió con accidentes de ribetes trágicos y los atentados de sus enemigos por liquidarlo.
Quizás no entendió, o evitó comprender, que la inmortalidad no era un don extraído de las canteras de la vida política. Posiblemente una sobrecarga de ambiciones produjeron en su mente un chispazo que lo transportó al mundo de su imaginación, donde el crecimiento de su poder era el tónico que lo elevaría a las cumbres de los dioses mitológicos.
Para afianzar su señorío no ha tenido recelos en encarcelar adversarios y, especialmente, periodistas. Turquía encarcela hoy más comunicadores que cualquier otra nación. Actúa de la misma manera contra políticos opositores. El más afamado clérigo y filósofo de la política turca, Fethullah Gülen, antiguo amigo y estigmatizado adversario de Erdogan, se encuentra asilado en Estados Unidos. Cárcel aguarda a quien o a quienes expresen opiniones favorables a Gülen, al cual se le culpa, incluso, de orquestar el golpe de Estado del 2016.
Turquía mantiene un estatus de asociación con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), administradora de una inmensa base aérea en territorio turco. Si Erdogan no se ha atrevido a entorpecer esa relación, es por el temor a represalias de las mayores potencias occidentales.
Su extraño comportamiento lo vimos a plenitud hace pocos días. Se celebraron elecciones locales en importantes jurisdicciones y Erdogan perdió el control en las dos más influyentes: Ankara —la capital— y Estambul, el mayor centro financiero nacional.
Pidió a gritos un recuento de votos. Como el resultado no varió, exigió, también a gritos, un segundo recuento… y el resultado no cambió. Pidió un tercero, y lo mismo. ¡Cuánta injusticia!
jaimedar@gmail.com
El autor es politólogo.