Las tensiones entre Estados Unidos y Rusia suelen ser interpretadas como resultado de la pugna entre la superpotencia democrática y Rusia, heredera de la Unión Soviética, venida a menos por su decaimiento económico y estratégico. Pero, sobre todo, la inmensa brecha estratégica que separa al orden democrático occidental del sistema ruso es su superioridad no solo militar, sino también ética y de transparencia en el funcionamiento del sistema democrático.
Toda esta elaboración vino a luz el lunes, ya concluido el torneo mundial de fútbol, en una cita de Donald Trump con Vladimir Putin en Helsinki. Se esperaba una reunión respetuosa, pero estuvo lejos de serlo. Frente a la prensa mundial y tras una cita previa de dos horas con la única presencia de los traductores, Trump y Putin ingresaron al proscenio para responder a las preguntas de los periodistas venidos de todo el mundo.
Desde los primeros minutos, Trump denotó cansancio y crecidas trabas en su intervención, mientras Putin, serio casi todo el tiempo, era incisivo en sus argumentos. Valga señalar que Trump, al margen de lo que suceda en sus encuentros, suele apropiarse del triunfo.
En esta ocasión; sin embargo, no se refirió a las justificaciones de Putin en torno a Crimea y Ucrania, ni tampoco a la impunidad que reclamaba Moscú en otros ingratos sucesos hasta aterrizar en las sanciones internacionales que pesan sobre Rusia. Muchísimo menos mencionó la acusación del Departamento de Justicia contra 12 ciudadanos rusos por haber interferido en las últimas elecciones.
En este sentido, sorprendió cómo Trump evadió el rigor de las apreciaciones de Putin, amén de ignorar los envenenamientos de antiguos agentes rusos y el asesinato de otros que estaban a mano para acciones judiciales y diplomáticas urgentes.
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Fue, precisamente, en ese mar turbulento, que Trump aseveró tener plena confianza en las afirmaciones de Putin. En otras palabras, le restó veracidad a las autoridades norteamericanas para bendecir al presidente ruso. Esto fue un puñal al pecho de la Constitución y a los valores de la nación americana que marcaron la debacle de Trump.
El presidente Trump ha recibido toda suerte de críticas e improperios. Sobre todo, Trump ha sido calificado de traidor. Nadie ha salido a ensayar un amago de defensa, pues sería suicida. Con los republicanos en control de ambas cámaras legislativas, ¿qué pasará con Trump? He ahí el misterio del momento.
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