Con una población superior a 205 millones, separada por líneas religiosas ancestrales y, a su vez, sometida a las duras riendas de la aristocracia y los militares, la historia de Pakistán está manchada por magnicidios y atentados fallidos. Además, resulta difícil proyectar el devenir de esta inmensa nación sin abordar el mapa explosivo del entorno con China, India y Afganistán y una larga lista de conflictos militares paralelos. Y no es dable ignorar que Pakistán es una potencia nuclear.
Su mismo nacimiento, al finalizar el mandato británico de la India en 1947, planteó nuevas líneas sobre el mapa como provincia islámica, estatus inicial que derivó en una cruenta guerra hasta cuajar en un arreglo con la India.
Con ese trasfondo, las elecciones del miércoles pasado arrojaron una mayoría decisiva al partido liderado por el célebre playboy Imran Kahn. Seguirá ahora consolidar las alianzas en el Parlamento para conformar un nuevo gobierno bajo la primera magistratura de Kahn. Antes de la conclusión de los comicios surgieron acusaciones de fraude que de alguna manera han sido hábilmente sorteadas por Imran. Esa azarosa vía se ha cumplido, aunque las voces discordantes todavía protestan por el resultado.
Kahn es un aristócrata de larga historia como estrella del críquet, que ahora se ha reeditado con un nuevo matrimonio (el tercero) y un inédito fervor religioso. Su manejo publicitario, facilitado por su corona como deportista, influyó sin duda en el balance de los sufragios. No obstante, las masas son indómitas. Este ángulo lo ha manejado Kahn con anuncios de consolación, como un nuevo crédito chino por $2.000 millones que vendría a combinarse con una operación anterior de igual cuantía. Asimismo, ha tomado fuerza la versión de que el tío rico, desde Washington, arregla el guion con mayor generosidad financiera y armamentista no nuclear.
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El tema nuclear no es cosa sencilla con Pakistán, que hace unos años vendía tecnología atómica, la cual parece haber dotado al elusivo Kim de sus misiles en Corea del Norte. Recordemos que el doctor Kahn (un científico que no es pariente del nuevo primer ministro), en el pasado comerciaba bombas; desde las entrañas del Ejército ha permanecido en órbita reducida y sus servicios “técnicos” bajo mayores controles. Este capítulo difícilmente desaparecerá del lente de las potencias foráneas, sin excluir a la India, su archirrival. Buena suerte a Kahn en su nueva cancha.
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