La inteligencia artificial general (IAG o AGI por su sigla en inglés) ha sido durante más de 50 años el objetivo de muchos científicos e investigadores. En esencia, la IAG es una combinación de hardware y software que sobrepasa las capacidades cognitivas del ser humano. Todavía no estamos ahí.
El 17 de junio, The Economist publicó un artículo de Ray Kurzweil en el que comenta que la singularidad, como él la llama, está más cerca. Hace 25 años, Kurzweil pronosticó que en el 2029 alcanzaríamos la IAG.
En mi memoria, yo recordaba que predecía que la máquina iba a adquirir conciencia en esa fecha, ahora hay confusión acerca de si la IAG implica adquirir conciencia o no. No importa. Predice que antes de que los niños que están naciendo entren a la escuela, la IA producirá un profundo impacto no solo en el mundo digital, sino también en el físico, en particular en energía, manufactura y medicina.
La energía solar que necesita el planeta es menor del 0,01% de la energía que el sol envía a la tierra cada día. Para que la humanidad aproveche esta energía, que llegará a ser casi gratis, es necesario encontrar los compuestos químicos que abaraten la tecnología fotovoltaica y las baterías (en Costa Rica ya tenemos enormes baterías llamadas represas).
Hasta noviembre del año pasado, la humanidad había descubierto 20.000 compuestos inorgánicos estables para ser utilizados en cualquier tecnología, en esa fecha GNOME AI de Google descubrió 421.000 nuevos compuestos y los compartió con la humanidad.
Kurzweil estima que tan pronto como una IAG mucho superior encuentre los compuestos óptimos, los megaproyectos fotovoltaicos serán factibles y la energía solar será casi gratis.
La energía abundante, limpia y barata, junto con las capacidades cognitivas de las que están dotando a los robots modernos, revolucionará la manufactura. Conforme crece la capacidad de cómputo, siempre exponencialmente, la humanidad será capaz de simular la biología, desatando así la revolución sin precedentes en la medicina.
Él considera hasta llegará a “curar” la vejez. Alguien dijo una vez que por ser pesado no implica que debe estar equivocado.
El artículo de Kurzweil es, en realidad, un anuncio de su nuevo libro La singularidad está más cerca, el cual define como la segunda parte del que escribió en el 2005, titulado La singularidad está cerca. Un poco complicado a veces, pero no falto de sustento.
El mismo The Economist publicó el 2 de julio un reportaje titulado “¿Que ha pasado con la revolución de la inteligencia artificial?”, en el cual analiza el impacto económico del fenómeno que se inició en noviembre del 2022 con la introducción del ChatGPT.
Las cinco grandes empresas de tecnología planean invertir $400.000 millones en hardware, software e investigación en IA este año, los inversionistas han aumentado el valor de mercado de dichas empresas en $2 billones (millones de millones) en un año. Según los cálculos de The Economist, equivale a prever un aumento en ventas de entre $300 y $400.000 millones anuales. Es como otra Apple en ventas.
Si bien hay encuestas hechas por esas empresas o de la red social LinkedIn que indican grandes porcentajes de empresas utilizando IA regularmente, estudios más amplios y serios, como el de la Oficina de Censos (Census Bureau), indican que solo un 5% de las empresas en EE. UU. utilizaron IA en las últimas dos semanas. La cifra es un 6% en Canadá y un 20% en el Reino Unido, porcentajes que no han cambiado significativamente en nueve meses.
Aparentemente, algo que está impidiendo la adopción generalizada es la gran cantidad de planes piloto, porque generan tanta información que dificultan las decisiones de inversión en proyectos grandes. A lo cual se debe agregar el veloz desarrollo de la tecnología que aumenta el riesgo de obsolescencia (el peligro de invertir en grande solo para que aparezca luego otra tecnología mejor).
Aquellas empresas que van más allá de la experimentación lo hacen en aplicaciones puntuales, la más frecuente parece ser el servicio al cliente. Uno esperaría que los gobiernos generalicen esto, pero no hay evidencia todavía. Una empresa de telecomunicaciones utiliza la IA para diseñar planes a la medida de cada cliente, mientras que la oferta de Starbucks es personalizada.
Pero la promesa de aumentos significativos de productividad no parece estar sucediendo todavía. Goldman Sachs creó un índice que agrupa a las empresas de las principales actividades que se esperan sean las beneficiarias de dichos aumentos en productividad, y en consecuencia, en utilidades. El índice durante el último año se ha desempeñado bastante peor que, por ejemplo, el S&P 500.
El impacto esperado en empleo tampoco está sucediendo, los países ricos están por debajo del 5% de desempleo, con salarios creciendo en términos reales. La productividad por empleado por hora sigue siendo menor que antes de la pandemia.
Para obtener los potenciales beneficios de la IA es necesario invertir, pero a la fecha los únicos que parecen estar invirtiendo en grande son los gigantes tecnológicos para producir tecnología y venderla a las otras, no para hacerse ellas mismas más productivas. Bueno, tal vez una pequeña porción de la inversión sea para fines propios.
Los gastos de capital de las empresas en el S&P 500 (excluyendo las grandes tecnológicas) van a caer en términos reales este año.
Según cálculos de The Economist, si se presume que las grandes tecnológicas aumenten sus ingresos un 20% anualmente, los inversionistas, dado el nivel de inversiones, esperan la mayoría de los beneficios después del 2032.
El artículo es sin duda fascinante; el análisis, sólido. Existe una enorme expectativa, muchos sienten que algo está a punto de suceder, pero esa sensación no es nueva, todos hemos aprendido lo difícil que es predecir el futuro.
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Roberto Sasso es ingeniero, presidente del Club de Investigación Tecnológica y organizador del TEDxPuraVida.