Junto con la educación y el ingreso, la salud y la seguridad social constituyen los pilares sobre los que descansa la medición del desarrollo humano que realiza la Organización de las Naciones Unidas desde hace varias décadas.
Pero ¿cuál es el valor público que brindan la salud y la seguridad social? Quizá convenga comenzar con una aclaración sobre el significado del constructo “valor público”, porque está un poco distorsionado debido a interpretaciones estrechas.
Para el creador del término, Mark Moore, de la Universidad de Harvard, su significado era sencillo pero difícil de explicar, y más aún de medir. El valor público, decía Moore, es la satisfacción y el beneficio que percibe la sociedad del consumo de los bienes y servicios provistos por el Estado y sus instituciones, sin olvidar la corresponsabilidad de los habitantes como consumidores de esos bienes y servicios.
Los pilares de la medición del desarrollo humano de la ONU expresan los bienes y servicios que producen la mayor satisfacción percibida de necesidades para una sociedad. Por ejemplo, ingresos para las personas implica alejarse de la pobreza y de las tentaciones y la pauperización que ella causa; por tanto, la sociedad es más segura e inclusiva.
Una sociedad educada, no solo alfabetizada, es una en la que la población cuida su medioambiente, comparte los espacios comunes, no ensucia las calles, maneja con prudencia y muestra solidaridad y cooperación.
Pero el tema es la salud y la seguridad social. ¿Cuánta seguridad en el futuro representa para una persona saber que si llega a enfermar, existe un seguro de salud, provisto por el Estado, para socorrerla? ¿Cuánta paz en el presente da saber que cuando llegue el momento del retiro laboral se dispondrá de una pensión para el disfrute de esos años grandes?
La falta de claridad y confianza en que la salud y la seguridad social estarán en nuestro futuro origina una incertidumbre que hace caer a la sociedad en la desesperanza y el miedo al porvenir. Mediciones como las que lleva a cabo la ONG chilena Latinobarómetro revelan el grado de incertidumbre y miedo que los latinoamericanos manifiestan con relación al futuro.
En su libro El espíritu de la esperanza, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han señala que “cuando impera el miedo, las diferencias no se atreven a mostrarse, de modo que solo se produce una prosecución de lo igual". “El miedo solo instala señales de advertencia”, agrega.
Bajo la lógica de este pensamiento, el miedo a no disponer en el futuro de una salud de buena calidad y de atención oportuna y pública, así como la falta de certeza sobre si se contará con una pensión, crean las condiciones para que se desarrolle una sociedad sin esperanza.
Tomando los datos de inversión en salud desde el año 2000 hasta el 2022 en los países de América Latina, se muestra cómo en los países donde se disminuyó o no creció proporcionalmente este gasto, el desarrollo humano no mejoró y, por el contrario, cayó.
Las sociedades latinoamericanas responsabilizan al Estado y sus instituciones por el deterioro general de la calidad de los sistemas de salud y seguridad social, lo cual tiene como consecuencia el descrédito y la pérdida de legitimidad de la institucionalidad. En ese caldo de cultivo, emergen detractores de la democracia que ofrecen soluciones mesiánicas mediante otros regímenes.
Contrario al actuar de esos oportunistas, es fundamental recuperar la esperanza en que la institucionalidad sanitaria y la seguridad social pueden mejorar y dar señales ya no solo de advertencia, sino de seguridad.
Sostiene Byung-Chul Han que “esperar significa conceder un crédito a la realidad, tener fe en ella, dejarla que se preñe de futuro. La esperanza nos hace creer en el futuro”.
Para dar esperanza, necesitamos trazar el camino largo de la salud y la seguridad social. Sabemos que son fundamentales para el desarrollo humano; ahora necesitamos políticas públicas que iluminen la ruta hacia el porvenir.
En materia de salud y seguridad social, es posible diseñar distintos escenarios futuros, y eso está bien, porque no existe un futuro único, pero nos brinda la oportunidad de decidir colectivamente hacia cuál deseamos ir.
En estos días estuve en una actividad internacional sobre el futuro de la salud y la seguridad social en las Américas, y en repetidas ocasiones se citó a Costa Rica como ejemplo y modelo de éxito. Me causó orgullo.
La cobertura de los Equipos Básicos de Atención en Salud (Ebáis), el EDUS, las pensiones no contributivas, los avances en las capacidades médicas, la respuesta a la pandemia de covid-19, entre otros, son reconocidos de manera especial.
Una y otra vez, el país lo ha logrado; sin embargo, no es garantía de que volverá a pasar. Ahora es cuando debemos volver a hacerlo. Pareciera que el miedo colectivo nos lleva al error, pero también ilumina el camino que más nos conviene como sociedad.
Vamos hacia futuros que no se parecen a lo que hemos vivido, futuros que vendrán cargados de retos que van a poner a prueba la calidad de nuestro sistema. Hoy se cuenta con capacidades que no se tenían antes, como las que nos otorgan el desarrollo tecnológico y la internacionalización de las cosas.
Juan Carlos Mora Montero es doctor en Gobierno y Políticas Públicas, y docente en la Universidad Nacional (UNA) y la Universidad de Costa Rica (UCR).