MANILA – Hay una fábrica textil en Bangladés donde se reúnen el pasado, el presente y el futuro. En un taller hay trabajadores que tejen a mano; en otro, personas y máquinas trabajan juntas. Y en el tercero, solo hay robots.
Este lugar puede parecer un anacronismo, ya que la idea convencional es que los robots reemplazarán a los seres humanos en la industria textil y muchas otras. Pero en realidad, es una respuesta inteligente a la forma en que probablemente se desarrollará la Cuarta Revolución Industrial en Asia, donde, como en otras partes, los avances tecnológicos están transformando rápidamente industrias y economías, al desdibujar las fronteras entre los mundos físico, digital y biológico.
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Pero gran parte de Asia todavía no está lista para los robots, y no es solo por temor al desempleo masivo. En el 2014, las fábricas chinas fuera del sector automotor solo empleaban a 11 robots por cada 10.000 trabajadores, y las automotrices, 213 por cada 10.000; esto es varios centenares menos que en Japón, Estados Unidos o Alemania.
Para salvar esta distancia, China está aumentando la inversión en robots, pero los países más pobres enfrentan importantes obstáculos en la adopción de tecnologías nuevas. Además, el bajo nivel de los salarios de la región incentiva a las empresas a conservar trabajadores humanos. En la fábrica de Bangladés, si las máquinas quedan inutilizadas por un corte de electricidad o una falla, los trabajadores humanos pueden ocupar su lugar; y si los trabajadores se declaran en huelga, tener una sección totalmente automatizada permite continuar la producción.
Para la visión convencional, esta estrategia a dos bandas es insostenible, y tarde o temprano los robots reemplazarán a los trabajadores de nivel de cualificación bajo o medio. El famoso estudio publicado en el 2013 por Carl Frey y Michael Osborne, de la Universidad de Oxford, señala que el 47 % de los puestos de trabajo de Estados Unidos está en riesgo de automatización en las próximas décadas. En tanto, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) alertó que el 56 % de los empleos en Camboya, Indonesia, Filipinas, Tailandia y Vietnam está en “alto riesgo de sustitución por causa de la tecnología en los próximos diez a veinte años”.
Pero estas predicciones terribles no tienen en cuenta el hecho de que la mayoría de los empleos comprenden una variedad de tareas, algunas de las cuales no se pueden automatizar. Según un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) publicado en el 2016, que desglosa las diversas ocupaciones por tareas, en realidad solo está en riesgo (en el promedio de los 21 países de la OCDE) un 9 % de los empleos.
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Lo mismo vale para Asia. En Vietnam, por ejemplo, cuando se tiene en cuenta la voluminosa economía informal del país, la proporción de puestos de trabajo en riesgo cae desde el 70 % que predice la OIT a solo un 15 %. En los países en desarrollo el trabajo de los barrenderos está menos mecanizado y se paga menos que en los países desarrollados, así que es de suponer que no está tan amenazado por la automatización.
Pero los robots tienen cada vez más presencia en la región, particularmente en economías como China y Corea del Sur. En el 2015, las ventas de robots en Asia aumentaron un 19 % (cuarto año récord consecutivo). Cuando los países asiáticos menos desarrollados se suban al tren de la tecnología, los despidos serán inevitables.
Para aminorar el impacto, es urgente que los gobiernos encaren reformas del mercado laboral y modernicen los sistemas educativos, empezando por la capacitación técnica y en oficios (que aunque está cada vez más difundida en las economías en desarrollo asiáticas, suele ser de calidad deficiente). Los cursos de capacitación deben concentrarse en habilidades con mayor campo de aplicación, y al mismo tiempo mantener la flexibilidad, para que los estudiantes puedan seguirlos sin sacrificar ingresos.
Una opción es ampliar la disponibilidad de cursos modulares cortos, que llevan menos tiempo, dan formación en tareas específicas en vez de trabajos enteros, y son más cómodos para ingresantes que necesitan, antes que nada, ganar dinero. Por ejemplo, en Birmania el gobierno lanzó un programa piloto dirigido al “millón faltante” de estudiantes que cada año abandonan la escuela en ese país. El programa ofrece cursos breves de soldadura y otras habilidades necesarias para reparar maquinarias rurales.
Otra alternativa que puede ser útil, dada la alta informalidad de la fuerza laboral de Asia, es implementar sistemas de evaluación de competencias, que den a trabajadores cualificados la posibilidad de certificar su experiencia laboral; de modo que, por ejemplo, un electricista no titulado pueda encontrar empleo formal en robótica.
El sector privado también puede ayudar a que haya más graduados con habilidades empleables. Un ejemplo que los países asiáticos pueden imitar es la India, donde existe una Corporación Nacional de Desarrollo de Habilidades, que trabaja con empresas de capacitación privadas para poner los planes de estudio en correspondencia con las necesidades de la industria; hasta ahora, este programa ayudó a capacitar a más de 63.000 personas.
Además, los gobiernos deben ofrecer subsidios o incentivos fiscales a empresas que inviertan en las habilidades que los seres humanos dominan mejor que las máquinas, por ejemplo la comunicación y la negociación. También tienen que aprobar regulaciones laborales más flexibles, ya que las empresas no contratarán a trabajadores cualificados que cuesten demasiado. En resumidas cuentas, los países asiáticos en desarrollo necesitan políticas centradas en los trabajadores más que en los puestos de trabajo. La contratación flexible y las oportunidades de capacitación y recapacitación permanente pueden beneficiar a todas las partes.
La recapacitación laboral es particularmente importante, porque la automatización creará industrias y ocupaciones totalmente nuevas. El McKinsey Global Institute estima que la automatización puede generar entre 0,8 y 1,4 % de crecimiento anual de la productividad global, con grandes ahorros y mejoras de los resultados para las empresas. Aumentar el acceso a ofertas de capacitación y certificación ayudará a los países a capitalizar estos avances y lograr un crecimiento más equitativo, al dar a los trabajadores las habilidades necesarias para desenvolverse en los nuevos empleos.
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Será bueno para los trabajadores y para las economías asiáticas. Empresas como la fábrica de Bangladés podrán funcionar solo con robots, mientras sus antiguos trabajadores estarán empleados con provecho en otro lugar (probablemente, en empleos que todavía no existen).
Stephen Groff es vicepresidente del Banco Asiático de Desarrollo para la región de Asia sudoriental/oriental y el Pacífico. © Project Syndicate 1995–2018