¿Me iré a condenar? ¿Irán mis huesos a parar al Infierno por haber cometido (y disfrutado) tantos pecados terrenales (inconfesables), verbales y epistolares (propios de mi oficio), como este que estoy a punto de cometer?
¿Laudato sí? Yo digo no. Laudato no. Ese es mi pecado. Declino aceptar la encíclica del papa Francisco por contener errores conceptuales, censuras infundadas, transgresiones a las relaciones de causalidad económica y una impía descalificación del modelo de libre empresa e iniciativa particular. Su lenguaje en contra del mercado es sesgado y despectivo, afín a la teología de la liberación.
Varias proposiciones me causan desazón. Una es el reproche moral, casi condena, a la propiedad privada: “El primer principio de todo el ordenamiento ético-social es la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes”. Ignora que el derecho de propiedad, junto con la libre empresa, impulsa la creatividad individual y es motor de la inversión y progreso. Ambas causan generación de empleo y reducción de la pobreza. China y Rusia empezaron a progresar cuando reconocieron la propiedad privada.
El cuestionamiento del modelo económico también causa roces: “Conviene evitar una concepción mágica del mercado”. ¿Pretende, acaso, sustituirlo por la planificación central, controlar precios y colectivizar la propiedad? Es función esencial del sistema de precios asignar los recursos productivos de la forma más eficiente posible, abaratar costos por la competencia (afán de lucro) y proveer más y mejores bienes a la sociedad. Es el mercado, no el Estado, el principal responsable del progreso de la humanidad.
Otros pasajes remiten al obscurantismo medieval: dubitación de la ciencia y avances tecnológicos; ligarlo todo a la ecología sin demostrar relaciones de causalidad (aborto); afirmar que la inmigración es culpa del calentamiento global (es la carencia de trabajo, no del cambio climático); fustigar el consumo de los países ricos e ignorar que, sin él, los pobres no exportarían ni crearían empleo (todas las acciones de la Fed y el BCE se encaminan a estimular el consumo para avivar el crecimiento, inversión y empleo); y responsabilizar al sistema financiero por los avatares de los países altamente endeudados. Grecia no es víctima de sus acreedores sino de su propia irresponsabilidad. Ignorar cómo opera la economía y los mercados creados por el hombre para aumentar la productividad y multiplicar los peces y los panes, bajo el mandato divino del libre albedrío, es un pecado mayor.
(*) Jorge Guardia es abogado y economista. Fue presidente del Banco Central y consejero en el Fondo Monetario Internacional. Es, además, profesor de Economía y Derecho económico en la Universidad de Costa Rica.