Primero, dejemos algo claro: aquí nadie está censurando la obra de Joaquín Gutiérrez, como algunas voces han querido hacer creer. Usted puede ir a cualquier librería, comprar el libro y leerlo en su casa o en el parque. De lo que se trata es de que el Estado no promueva su lectura en los centros educativos.
¿Por qué? Por la manera prejuiciosa como se presenta el personaje de Cocorí: un niño negro que crece en la selva, de nobles sentimientos, pero bajo intelecto y que, en algún momento, es confundido con un mono.
No es un asunto de sensibilidades de grupos políticamente correctos; es un texto con un racismo que, si bien no es deliberado, resulta muy palpable y, para peores, se encuentra dirigido a un público muy impresionable y potencialmente cruel: los niños en edad escolar.
La mejor manera de determinarlo es preguntando a las personas que se ven agraviadas. El destacado escritor afrocostarricense Quince Duncan describió el trauma que genera la lectura de Cocorí en las escuelas: “Son cientos de niños negros que han llegado a la casa llorando, habiendo perdido su nombre, sustituido por el apelativo Cocorí . Y son cientos de padres que han tenido que aplicarse a fondo para restituir la autoestima a sus hijos varones”.
Otras personalidades negras, como Epsy Campbell, Mishelle Mitchell y Clinton Cruikshank, han manifestado aprehensiones similares. ¿No deberíamos prestarles atención antes de afirmar tajantemente que el libro es inofensivo?
Se alega que Cocorí, escrito en 1947, debe leerse como una obra que refleja el pensamiento de su época. ¡Precisamente! En los años 40, el Estado costarricense discriminaba abiertamente a la población afrodescendiente. Todavía se comenta cómo a los negros no se les permitía pasar de Turrialba. Cocorí viene de una era que no debe enorgullecernos.
El Estado, mediante su sistema educativo y nuestros impuestos, no debe institucionalizar prejuicios raciales. Si Cocorí se presta para una discusión crítica sobre tolerancia y diversidad, que sean entonces los padres de familia los que la tengan con sus hijos en sus hogares.
Juan Carlos Hidalgo es analista sobre América Latina en el Cato Institute con sede en Washington. Cuenta con un BA en Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional y una maestría en Comercio y Política Pública Internacional del George Mason University.