Desde otra perspectiva, ponderaré aquí una elegía por Hilda Chen Apuy Espinoza, como complemento a la que José Ricardo Chaves plasmó hace unos días (14/12/17). Desembocaré reflexionando en la calidad de héroe a la que todos hemos de aspirar. En mi libro “Vigencia y vivencia del humanismo”, y bajo el título de “Humanismo con ‘h’ de Hilda”, ya ensayé una semblanza para hacerle justicia histórica. Continuo ahora, en lo posible, siempre con la misma clave.
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Su heroísmo lo comprobé desde el momento de mi llegada de Chile, en enero de 1974: a ella se debe, en parte, que en los primeros meses me tomaran por chileno hasta en la misma Oficina de Personal de la universidad.
Era de carácter apasionado, definida, decidida, al mismo tiempo que buscando la objetividad se notó de inmediato, al ser marcada entonces como “comunista”, allí donde en otras muchas luchas la catalogaron de reaccionaria. Como en Antígona, Yvonne Clays y tantas heroínas, el deber no se ilumina por hoguera de chismes.
Quizá su personalidad tan propia hizo que en torno a su muerte casi reinó el vacío: así como grande resultó la presencia de chicas del Colegio de Señoritas, en su honor en la misa de despedida, la casi ausencia de homenaje por parte de la UCR: fuera de tres o cuatro excepciones (el presidente de la República, el rector y algunos más), muy pocos le dimos un último saludo. Pero los héroes miran para adelante.
Inspiradora. Halagador fue su empuje en nosotros, colegas y estudiantes del seminario participativo “El hombre y su medio” (¡todos los colegas estuvimos en la citada honra fúnebre!). Al rato también en avioneta nos empujó hacia Upala, región inaccesible entonces por carretera. Pero su enseñanza histórica nunca se plegó a barreras nacionalistas en sentido estrecho.
Hilda, la historiadora (sí: también con “h” de Heródoto), nos abrió los ojos a la dimensión universal, como se debe en una universidad que merece este nombre: lo hizo de adolescente, en el Repertorio Americano, recorriendo senderos del arte propio y enseñando senderos orientales; continuó haciendo lo mismo en sus luchas contra la ignorancia norteamericana de bases culturales asiáticas.
Menuda de estatura, Hilda nos dejó honda huella abriendo brecha con destacados discípulos como Roberto Marín, en el camino también de Oriente Medio, senda que Elizabeth Fonseca, por falta de tiempo en el Ministerio, no pudo apoyar y queda por retomar y reforzar.
Quienes la conocimos más de cerca sabemos también de su frustrada búsqueda de amor. Se casó, finalmente, con el honroso profesorado universitario: fue heroína, no ofreciendo su cuerpo como esas chicas tipo hooter de ahora, sino enseñándonos, con mirada de búho en la noche oscura, hambrienta de conocimiento, en bien del lucem aspicio que como universitarios nos obliga.
Humanistas. Recalco todo esto herido por el desconocimiento actual en torno a ella: se ahonda en el medio local e internacional porque va imponiéndose una falsa conceptualización del héroe. Callada, Hilda aplicó su deber muchas veces sola. Aunque muchas veces erraban en sentido ideológicamente adverso, ella y otra heroína recién fallecida (Helena Ospina), valdrá la pena que, en ambas, reconozcamos el halo humanista.
Con el perdón del obituario recientemente publicado en la revista del domingo, y del mismo presidente de Francia que calificó de “héroe” a Johnny Hallyday, también recién ido, los hombres y las hembras de verdad no necesitan halagos ni estruendo ruidoso de acompañamiento. Todos podemos y debemos inspirarnos en el heroísmo de clase superior. Para nuestra generación, en cierto paralelo con Charles de Gaulle, alto héroe, Hilda lo fue, en su trinchera académica.
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En fin, descanse ahora, hermosa hermana: no necesita hagiografía, sino el humilde reconocimiento. Con hidalguía reconozcámoslo: ¡En herencia nos dejó un honroso gran ser Humano! (y vale la h, con mayúscula esta vez).
(valembois@ice.co.cr)
El autor es educador.