Estados Unidos celebra unas elecciones presidenciales y legislativas sin precedentes, marcadas por una profunda incertidumbre y una tensión política palpable. Hay una fuerte carga emocional y mucha ansiedad.
Las encuestas sugieren un empate técnico, alternando ventajas mínimas para uno u otro candidato, dentro del margen de error y sin una predicción clara. Esto sitúa a Estados Unidos en una encrucijada, donde no solo está en juego la presidencia, sino también —en opinión de muchos analistas, incluida la mía— el destino de su democracia y el orden geopolítico mundial.
Independientemente de quién gane, será una jornada electoral frenética seguida de una noche de infarto, en la que los ciudadanos y el mundo entero esperarán con nerviosismo y expectación un desenlace que quizás no llegue en la misma noche de la elección.
El camino hacia estas elecciones fue todo menos común. Los atentados contra Trump, la sustitución de Biden y una retórica violenta de ambos lados hicieron de esta campaña una de las más polémicas y tensas de la historia moderna. Además, Trump fue declarado culpable de 34 delitos y enfrenta varios otros cargos de gravedad, mientras que Harris tuvo que construir su candidatura rápidamente, tras la renuncia de Biden, sin la legitimidad que le habrían dado las primarias.
Estas circunstancias alimentaron una narrativa en la que el futuro de la democracia estadounidense parece pender de un hilo. La polarización extrema y la agresividad de la campaña reflejan una crisis profunda que afecta tanto la cohesión social como la estabilidad institucional de Estados Unidos.
La democracia misma —calificada de enferma por algunos analistas, entre ellos Steven Levitsky— sufre un marcado deterioro: el índice de la unidad de inteligencia de The Economist la hizo descender, a partir de la llegada de Trump al poder en el 2016, de la categoría de democracia plena a la de democracia defectuosa.
Congreso en juego
Simultáneamente, los estadounidenses elegirán a los 435 miembros de la Cámara de Representantes y a un tercio del Senado. Estas elecciones legislativas son cruciales para la gobernabilidad de quien sea elegido presidente, pues definen si contará con el respaldo del Congreso o enfrentará un gobierno dividido, una cuestión crítica con implicaciones profundas para la capacidad de gobernar y legislar en un contexto polarizado.
También podría ocurrir que el Senado, actualmente en manos de los demócratas, pase a los republicanos, y que la Cámara de Representantes, bajo control de los republicanos, pase a los demócratas.
Sistema electoral particular
El singular sistema del Colegio Electoral añade un componente de incertidumbre y hace que el resultado no dependa del voto popular directo de los ciudadanos.
La historia reciente muestra cómo un candidato puede ganar la mayoría del voto popular y perder la presidencia, como ocurrió en las elecciones del 2000 y el 2016. En un escenario en el que unos pocos miles de votos en ciertos condados deciden el resultado, los siete estados bisagra —Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Georgia, Carolina del Norte, Arizona y Nevada— serán decisivos.
Con más de 75 millones de votos anticipados (de 240 millones en condiciones de votar), la participación es determinante en esta elección, especialmente porque el voto adelantado favorece tradicionalmente a los demócratas. Sin embargo, su impacto dependerá de cómo se distribuyan los votos en los estados claves y si la balanza se inclina en favor de Harris o de Trump.
El fenómeno del espejo roto (los resultados de los votos del día de la elección no coinciden con los resultados del voto anticipado) añade complejidad y tensión.
Temas prioritarios
La campaña ha estado marcada por siete temas prioritarios: economía, inflación, alto costo de vida, migración, seguridad, derechos reproductivos (aborto) y amenazas a la democracia.
La inflación y el costo de vida son puntos débiles de Harris, a pesar del desempeño macroeconómico favorable de Estados Unidos. Trump, poniendo énfasis en la inflación y la migración, consiguió canalizar el descontento de una parte considerable de la ciudadanía, especialmente hombres, personas sin título universitario y habitantes de áreas rurales; Harris consolidó el apoyo de las mujeres, los jóvenes y las minorías.
Las diferencias de apoyo según el género son las mayores de la historia, con los hombres respaldando mayoritariamente a Trump y las mujeres a Harris. Estas, incluidas las mujeres jóvenes, podrían darle el triunfo a Harris.
Dinero y comunicación tóxica
El proceso electoral está inundado de dinero. La dependencia de donaciones privadas y el elevado costo de las campañas plantean serias dudas sobre la equidad del proceso electoral. Además, las noticias falsas y las campañas de desinformación, tanto nacionales como extranjeras, inciden en el clima de desconfianza en la integridad del proceso electoral y en los resultados.
Judicialización
La sombra de la judicialización de los resultados es un riesgo. Lo reñido de los resultados que anticipan las encuestas —si es que se concretan—, junto con las denuncias infundadas de Trump sobre posibles irregularidades y fraudes, y su negacionismo electoral (nuevamente no aceptar su derrota) dejan abierta la posibilidad de que los tribunales, e incluso la Corte Suprema, se conviertan en árbitros de la elección, como ocurrió en el año 2000.
Es imposible prever quién resultará vencedor en esta contienda. Las numerosas encuestas no han logrado identificar un ganador claro ni disipar las dudas sobre su fiabilidad. ¿Acertarán esta vez o volverán a fallar?
Un resultado impugnado o la negativa del candidato perdedor a aceptar la derrota tendría graves repercusiones para la imagen y el liderazgo de Estados Unidos.
El nuevo presidente, junto con el liderazgo político y las instituciones democráticas, deberá enfrentar las profundas divisiones y tensiones que esta contienda puso de relieve. El recuerdo del asalto al Capitolio, el 6 de enero del 2021, sigue en la memoria colectiva y resalta la urgente necesidad de reducir la polarización, sanar las heridas y trabajar por la unificación del país.
@zovatto55
Daniel Zovatto es abogado e investigador sénior en el Centro de Estudios Internacional de la Universidad Católica de Chile.