La ciencia ha sido y será siempre un puente para el diálogo, especialmente en tiempos de división e incertidumbre. Recientemente, en Londres, fui testigo del relanzamiento de la Red de Ciencia y Tecnología, la red de agregados científicos más grande del mundo, con 130 oficiales en 65 misiones diplomáticas del Reino Unido. Esta es una figura similar a los denominados agregados culturales o militares también presentes en las embajadas, pero con el enfoque de hacer avanzar objetivos relacionados con la ciencia y la tecnología de un país.
El evento tuvo lugar en una de las históricas salas de la Cancillería británica, las “suites Locarno”, el mismo espacio donde, en 1925, se firmaron los Tratados de Locarno para reducir las tensiones en Europa después de la Primera Guerra Mundial. Hoy, un siglo después, la diplomacia vuelve a encontrar en la ciencia un canal para el entendimiento y la colaboración global.
El día del evento confirmé que no es suficiente con ser una superpotencia científica o ser el mejor en ciencia; es necesario también priorizar la colaboración a nivel internacional. Justamente, la Red de Ciencia y Tecnología británica tiene un doble propósito: promover la ciencia británica en el mundo mediante la colaboración y, al mismo tiempo, aprender de los desarrollos científicos de otros países.
En el contexto actual, marcado por conflictos militares, recortes presupuestarios y crisis ambientales, contar con agregados científicos refuerza la importancia de la ciencia como una herramienta de diplomacia y –¿por qué no?– de paz.
Otros países también han apostado por esta figura en sus embajadas. Bélgica, Finlandia, Francia, Holanda, y Suiza –por mencionar algunos– han designado agregados científicos en sus misiones diplomáticas, reconociendo así el valor agregado que brinda la ciencia a su política exterior.
Esta unión entre la ciencia y la diplomacia no es nueva en Reino Unido. La Royal Society (la academia científica británica dedicada a promover la excelencia en la ciencia) designó a su primer secretario de Relaciones Exteriores en 1723. Esto es algo extraordinario considerando que fue hasta poco más de medio siglo después que la Cancillería de ese país designó a su primer secretario de Relaciones Exteriores (1782, Charles James Fox). Por decirlo de otra forma, en el caso británico, primero vino la diplomacia para la ciencia y luego, la ciencia de la diplomacia.
Replicar la extensa Red de Ciencia y Tecnología británica podría ser un desafío para Costa Rica. Sin embargo, puede adaptar algunos de sus elementos a su propia realidad, lo que permitiría posicionar la ciencia en el corazón de la diplomacia costarricense. Algunas acciones concretas podrían incluir:
- Incorporar a la diplomacia científica como un pilar estratégico de su política exterior, estableciendo un marco formal que guíe su integración en las relaciones internacionales del país.
- Incluir módulos de diplomacia científica en la formación del cuerpo diplomático para, cada vez más, destacar la importancia de avanzar en colaboraciones mediante la ciencia y la tecnología.
- Designar embajadores o jefes de misión que combinen trayectoria científica y habilidades diplomáticas, en reconocidos “hubs científicos del mundo”, y fortalecer así el rol de Costa Rica en ciudades claves y en foros internacionales sobre cambio climático, biodiversidad y desarrollo tecnológico.
- Ejecutar un plan piloto para que destacadas misiones diplomáticas costarricenses cuenten con un(a) agregado(a) científico(a) por un periodo determinado, de modo que el Ministerio de Relaciones Exteriores pueda evaluar la experiencia y tomar decisiones en el futuro. Naciones que nos preceden en esto han empezado en pequeña escala, con cinco o seis agregados en ciudades clave alrededor del mundo.
En un mundo cada vez más fragmentado, la diplomacia científica no es un lujo, sino una necesidad. La ciencia ofrece soluciones a problemas globales y, al mismo tiempo, abre canales de cooperación donde la política encuentra barreras.
Costa Rica, debe mantener su prestigio internacional en conservación y biodiversidad, y puede hacerlo al ubicarse como un actor clave en diplomacia científica. La pregunta no es si debe hacerlo, sino cómo y cuándo dará ese paso.
María Estelí Jarquín es experta en diplomacia científica.
