La hospitalización de mi mamá me llevó a conocer, de primera mano, no solo la tenacidad de los trabajadores de la salud, sino también cuán esencial es para familia y paciente un trato cordial
Mi mamá, a sus 93 años, sobrevivió a la covid-19 gracias a las cuatro vacunas y la atención de cruzrojistas, auxiliares, enfermeras y médicos de la CCSS. Fue un milagro que estuviera hospitalizada solo una semana, porque, a su edad, era para que pasara más tiempo en el módulo destinado a enfermos de covid-19 del Hospital de Salud Mental (Psiquiátrico).
Antes de eso, justo en la Nochebuena, pasó por el Max Peralta, y hago un paréntesis para subrayar cómo los empáticos “mi amor”, “mi reina” o “corazón” con los que el personal conecta con pacientes influye positivamente en la aceptación de una persona que se resiste a ser internada (como mi mamá) o que teme a una cama de aislamiento sanitario (como mi mamá). Esas palabras, perversas en otros ambientes, se convierten en medicina para el alma dentro de un hospital.
En mi caso, como esporádico visitante para dejar medicamentos personales o un celular, la amabilidad de la recepcionista y la guía cortés de un guarda para manejarme en los largos pasillos fueron un alivio. Igualmente lo fueron las llamadas diarias de la doctora Arguedas (también de los doctores Soto y Picado) para informar del estado de mi mamá. Sé que los médicos hacen ese contacto diario con cada familia. Sin duda, es una recarga de trabajo, pero, aun así, hicieron de cada reporte una pausada explicación que nos daba serenidad.
Mi mamá se contagió probablemente en una multitudinaria celebración navideña donde personas de su edad dejaron de lado el lavado de manos y las mascarillas para saludarse con abrazos y besos; luego se sentaron a comer codo con codo y a conversar cara a cara para disfrutar de lo que muchos en el país creen es la “pospandemia”, sin tener presente que, como China evidencia, todavía no llega ese momento.
Después de este trago amargo, en mi familia nos convencimos de que la mascarilla no debe ser de uso sugerido, sino obligatorio en sitios cerrados; igualmente el lavado de manos y la vacunación, incluida una quinta dosis, que debe ser sopesada por la Comisión de Vacunación como opción voluntaria, más cuando miles de costosas vacunas están por caducar. Algo vital es crear conciencia pública en que la pandemia cobró fuerza.
Ingresó a La Nación en 1986. En 1990 pasó a coordinar la sección Nacionales y en 1995 asumió una jefatura de información; desde 2010 es jefe de Redacción. Estudió en la UCR; en la U Latina obtuvo el bachillerato y en la Universidad de Barcelona, España, una maestría en Periodismo.
En beneficio de la transparencia y para evitar distorsiones del debate público por medios informáticos o aprovechando el anonimato, la sección de comentarios está reservada para nuestros suscriptores para comentar sobre el contenido de los artículos, no sobre los autores. El nombre completo y número de cédula del suscriptor aparecerá automáticamente con el comentario.