La discusión en torno a la guía elaborada por la Red Sofía debe ser motivo para que tomemos en serio el hecho de que nuestro país reproduce la cultura de la violación.
Esa atrocidad la tienen en común la mayoría de los países, según numerosos estudios empíricos hechos por el Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de las Mujeres, la Organización Mundial de la Salud y el Fondo de Población de las Naciones Unidas, entre otras entidades.
Los orígenes pueden ser rastreados en la antropología. El antropólogo Claude Lévi-Strauss confirmó que las estructuras de parentesco de nuestras sociedades se sostienen sobre el hecho de que las mujeres son puestas en circulación entre los hombres como objeto de mediación y de alianzas entre ellos, como parte de un sistema de intercambio de regalos en el cual ellas constituyen el objeto más preciado.
Es decir, las bases mismas de nuestras sociedades, como lo han señalado teóricas de la talla de la politóloga Carole Pateman, se fundamentan en un contrato sexual donde las mujeres son las presas.
Sheila Jeffreys, también politóloga, sostiene que los derechos sexuales de los hombres incluyen asediar y aterrorizar sexualmente a niñas y mujeres y que los Estados protegen esos derechos en detrimento de las mujeres.
En una investigación nacional que hice hace unos años, financiada por la Fundación Bill y Melinda Gates, encontré varias muestras de la vigencia de ese contrato, una de ellas fue la práctica entre familias del campo y la ciudad de que la madre o el padre llevaba a su niña a la casa de un hombre y la dejaba durante un rato para, días después, pedirle “prestado” dinero.
Hallé también que las instituciones responsables de proteger a la niñez formaban parte de los abusos sexuales con su silencio cómplice.
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Concientización
¿Qué podemos hacer? Darle la suficiente importancia como para hacer el esfuerzo de comprender por qué sucede y para qué, como único mecanismo que induzca a actuar.
La cultura de la violación es producto de mecanismos complejos y sofisticados que deben atenderse, como, por ejemplo, ideas y comportamientos que se reproducen de forma inconsciente y perpetúan la creencia en que las mujeres son “especiales”: devotas madres, hermosas damas, sexis manipuladoras o gárgolas peligrosas, y los hombres son sus víctimas.
Es fundamental que los hombres dejen de estar a la defensiva y de responder, cada vez que se habla de este tema, con el estribillo “no todos los hombres violamos”. ¡Claro que no, nadie lo está afirmando!
Eso sí, no podemos dejar de lado que si quisieran tendrían al alcance de la mano el goce de las prerrogativas de la desigualdad y que la desigualdad es pilar de la cultura: tener quien les atienda los asuntos domésticos, ganar mejores salarios, ser los candidatos “naturales” para los puestos de mayor poder, andar por la calle y durante la noche sin miedo a ser violados.
Tampoco debemos olvidar lo fácil que resulta para cualquier hombre agraviar a la mujer, como dice Christine de Pizan, tanto clérigos como laicos son dados a vituperar a las mujeres, y no es que sea propio de un hombre o dos: “Al contrario, filósofos, poetas, moralistas, todos —y la lista sería demasiado larga— parecen hablar con la misma voz para llegar a la conclusión de que la mujer, mala por esencia y naturaleza, siempre se inclina hacia el vicio”.
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Renunciar a privilegios machistas
Repito, es necesario que los hombres dejen de andar tan a la defensiva y asuman un compromiso ético —incluida la enorme mayoría incapaz de violar a una mujer— que significa no hacerse servir, de ninguna forma, de los privilegios que gozan por ser hombres, entre ellos, la práctica tan común de compartir nudes de mujeres frecuente en los jóvenes.
Es fundamental que entiendan que de ese modo contribuyen a la degradación de las mujeres, uno de los elementos de la cultura de la violación.
A ustedes, que se estremecen cuando escuchan que otra mujer ha sido violada, los interpelo para que se responsabilicen —tomando acciones concretas de renuncia y denuncia de sus pares— por pertenecer al grupo de los que pactan y gozan de una de las mayores prerrogativas que se les otorgan: un estatuto de dignidad que las mujeres no tienen.
Otra acción es dejar de naturalizar mecanismos que construyen y mantienen vigente la cultura de la violación, presentes en la educación formal e informal.
La filósofa Ana de Miguel sostiene que el problema de la educación occidental es estar basada en la mitología griega, en la cual figuran protagonistas violadores —como Zeus— y mujeres culpables —como Hera—. El hecho de que nos cueste tanto dejar de reproducir prácticas patriarcales se debe a que la cultura pop mantiene vigentes los valores sexistas.
Aprendamos a cuestionar los mensajes que normalizan la violencia sexual contra las mujeres, en particular prácticas como vestir a las niñas con minifaldas y tacones, decirles que son coquetas o que son la novia de papá.
Enojémonos porque las tiendas conocidas como sex shops venden calzones de vuelitos para el consumo de adultos y preguntémonos cómo es posible que una mujer mayor de edad con esa prenda o con ropa escolar pueda parecerles sexi.
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Prácticas intolerables
Exijamos que se deje de usar a las mujeres para besar a los ganadores en ciertos deportes o para que suban al ring con ropa apretada a levantar un número.
Dejemos de justificar obras como Memoria de mis putas tristes, de Gabriel García Márquez, o Lolita, de Vladimir Nabokov, y preguntémonos por qué las dos novelas han sido traducidas a tantos idiomas, reimpresas y se sigue justificando su culto.
Pensemos cómo los mensajes de cantantes famosos, entre ellos Maluma, mantienen las mismas representaciones de mujeres y hombres de las décadas anteriores, patentes también en el éxito masivo, entre la juventud, de la manga, incluidas sus representaciones de niñas con pechos enormes.
Reflexionemos: ¿Por qué se viola a las mujeres? Porque es un mecanismo sumamente eficaz para controlarlas y preservar la desigualdad. Porque, además, pueden culparlas: “Me da pena, me causa indignación oír a los hombres repetir que a muchas mujeres les gusta ser violadas… aunque protesten, que sus protestas son solo palabras”, dijo Christine de Pizan, ¡allá, en el año 1364!
¿Por qué se viola a una mujer? Porque se puede. Porque no es suficientemente malo hacerlo, porque no indigna ni escandaliza lo suficiente y, hasta cierto grado, da risa y es motivo de miles de chistes y publicaciones, como el tiktok donde el violador guapo le pregunta a la mujer si le roba o la viola, y ella elige lo segundo.
¿Qué podemos hacer? Los hombres en todo tipo de relación con una mujer deberían comprometerse a lo mismo que la feminista de la época victoriana Harriet Taylor Mill y su esposo, el filósofo John Stuart Mill: cuando se casaron en 1851, elaboraron una declaración formal mediante la cual él renunciaba al abuso de poder que la cultura le permitía.
La autora es catedrática de la UCR. Siga a Isabel por Twitter: @IsabelGamboaUCR