Las democracias, a escala global, están bajo ataque. La mayoría de ellas sufren acoso, otras están estancadas y un tercer grupo se encuentra en claro retroceso. La mitad de los gobiernos democráticos del mundo están en declive mientras los regímenes autoritarios aumentan e intensifican la represión.
Consecuencia de todo ello es que más de dos tercios de la población mundial vive en democracias en retroceso o bajo regímenes híbridos y autoritarios. Esta es la principal conclusión que surge del reciente informe elaborado por el Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA), “Informe sobre el estado mundial de la democracia 2022-Forjando contratos sociales en tiempos de descontento”, presentado por el secretario general Kevin Casas Zamora el miércoles, 30 de noviembre, en Estocolmo, Suecia, cuya lectura recomiendo.
Del informe surgen cuatro tendencias principales. La primera: en casi la mitad del planeta las democracias sufren erosión, deterioro o retroceso. De un total de 104, solo 14 (un 13,4%) están mejorando su calidad; 42 (un 40,4%) muestran cierta estabilidad; 37 (un 35,6%) se están deteriorando moderadamente; y 11 (un 10,6%) evidencian un deterioro significativo.
La segunda: el número de casos que registra un retroceso democrático está en su nivel más alto. Siete son los países que entran dentro de esta categoría: el Brasil de Bolsonaro, El Salvador de Bukele, Hungría y Polonia. En la India, Mauricio y los Estados Unidos es —o ha sido— moderado.
La tercera: los autoritarismos siguen en aumento, y el número de países que avanzan hacia él más que duplican el número de los que van hacia la democracia.
La cuarta: las democracias se encuentran estancadas en cuanto a sus capacidades para mejorar sus estándares democráticos y dar respuestas a demandas ciudadanas que crecieron debido a las consecuencias de la pandemia de covid-19 y la guerra en Ucrania.
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América Latina
América Latina no es ajena a esta tendencia global de declive. La situación en la región se viene deteriorando progresivamente. Por un lado, hace 15 años solo Cuba se consideraba un régimen autoritario, pero en ese lapso tres países se sumaron como dictaduras: Nicaragua, Venezuela y Haití (este último convertido en Estado fallido).
Por otro lado, un tercio de las democracias latinoamericanas experimentaron declives en cuando menos tres atributos durante los dos últimos años; Brasil, El Salvador, Bolivia y Guatemala son los países donde se produjo la mayor erosión democrática.
El retroceso democrático en Brasil se aceleró durante la presidencia de Bolsonaro, como consecuencia de sus frecuentes e injustificados ataques a la justicia y, especialmente, a la autoridad electoral, sus denuncias infundadas de fraude electoral y el uso desvirtuado de las redes sociales para propagar noticias falsas.
El Salvador vive de la mano del presidente Bukele un proceso de creciente autoritarismo, cuyas consecuencias —serio deterioro en materia de derechos humanos y libertad de expresión, debilitamiento del control parlamentario y pérdida de independencia judicial— convierten al país en un régimen híbrido. Bolivia y Guatemala son democracias de baja calidad y con pronóstico reservado.
En México, destacan los ataques dirigidos a debilitar los órganos autónomos, en especial la autoridad electoral (INE), y el hostigamiento a periodistas y medios de comunicación por parte del presidente Andrés Manuel López Obrador; en Perú, la permanente inestabilidad política y los frecuentes choques entre el gobierno de Castillo y la oposición (acaba de dar comienzo el tercer intento de vacar al presidente); y en Ecuador, además de la tensa situación política entre el presidente Lasso y la oposición, preocupa la grave situación en las cárceles y los brutales ataques del crimen organizado y la narcoviolencia.
Todo ello dentro de un contexto caracterizado por la caída del apoyo a la democracia, aumento de la indiferencia entre un régimen democrático y uno autoritario, y descontento ciudadano al alza alimentado por los efectos de la pandemia, el incremento de la pobreza y la desigualdad, la inseguridad y la corrupción.
El malestar tiene un efecto doble en la región: en las calles, provocó una ola de protestas a partir del 2019 (casi el doble de las 44 que hubo entre el 2013 y el 2016) y entre el 2017 y el 2020 se registraron 77, y en las urnas, a través del voto castigo a los oficialismos; entre el 2019 y el 2022, en todas las elecciones presidenciales (15 en total) ganó la oposición, salvo en la farsa electoral nicaragüense.
Un nuevo contrato social
Pese a la complejidad de este preocupante cuadro global y regional, no todo es negativo. Hay numerosos ejemplos en muchas partes del orbe y en la región que muestran la resiliencia democrática y permiten tener esperanza.
En algunos, las personas se están uniendo en formas innovadoras para renegociar los términos de los contratos sociales y presionan a sus gobiernos para que cumplan con las demandas del siglo XXI. En otros, los ciudadanos se están organizando con éxito fuera de las estructuras tradicionales de los partidos, especialmente los jóvenes, para hacer oír y exigir sus demandas, desde las protestas en favor del medioambiente hasta aquellas en pro de los derechos de las mujeres o de los pueblos originarios.
A todo ello debemos agregar, como destaca Luis Bassets, que la autocracia últimamente cotiza a la baja, como lo demuestran, entre otros hechos, las dificultades que atraviesan los dictadores de Rusia, Irán y China, el reflujo del trumpismo en EE. UU. y la derrota de Bolsonaro en Brasil.
De ahí la importancia de evitar caer en un pesimismo paralizante. Hoy más que nunca es tiempo de actuar con sentido de urgencia y firme compromiso, de salir en defensa de la democracia, de protegerla, repensarla y fortalecerla.
En este sentido, el informe de IDEA propone como vía principal para evitar el deterioro persistente de las democracias renegociar el contrato social y adaptarlo a los retos del siglo XXI para que sea capaz de vigorizar las democracias dotándolas de mayor cohesión social y una gobernanza con capacidad de dar respuesta a las nuevas demandas ciudadanas.
Para ello, es preciso acompañar la democracia de buen gobierno, unido a un Estado moderno, robusto y estratégico, con capacidad de ofrecer resultados concretos y oportunos a los problemas reales de la gente.
@Zovatto55
El autor es director regional de IDEA Internacional.