En un reciente foro, realizado en el Club Unión, el Banco Central (BCCR) dejó clara su posición de no variar su política con respecto al manejo cambiario. Según su enfoque, su ley solo le permite comprar divisas en el mercado para disminuir la volatilidad excesiva del tipo de cambio, excluyendo la compra de divisas para otros objetivos, como subir el tipo de cambio para prevenir la destrucción de la estructura productiva.
El tipo de cambio, según esta visión, debe dejarse a las fuerzas del mercado, no importa cuáles sean las consecuencias.
La culpabilidad primordial del desbarajuste cambiario es del Ministerio de Hacienda, al contratar un exagerado monto de préstamos externos, sin tomar en cuenta el impacto de todas esas divisas sobre el desequilibrio cambiario.
Esto ocurrió de dos maneras: los préstamos contratados con organismos y agencias externas para financiar gasto corriente más la colocación de eurobonos, a muy altas tasas. Además, por la captación inmoderada, como dice Fernando Naranjo, de préstamos externos en colones, al vender bonos de Hacienda a bancos internacionales y otros inversionistas a tasas mayores al 9,5 % en el mercado local, concomitante con el alza exagerada de la tasa de política monetaria (TPM).
Entraron entre $2.000 millones y $4.000 millones, se cambiaron en el mercado local por colones y se compraron en títulos. ¡Menuda inyección de divisas al mercado!
Interpretación discrecional
El Banco Central parece interpretar la ley de manera discrecional y solo para el plazo instantáneo, sin ver sus acciones pasadas. La baja de más de un 25 % en el tipo de cambio no le parece una volatilidad exagerada.
Parece interesarse solo en los minidesequilibrios diarios, perdiendo de vista el bosque intertemporal. ¿Una compra de divisas en esas condiciones es para corregir el anormal comportamiento del mercado o para reconstituir reservas? ¿Ha calculado cuánto es el nivel óptimo de reservas o es solo una meta sacada al azar para ponerla en el programa con el FMI?
Ciertamente, el Banco ha bajado la TPM en los últimos meses, pero eso no corrige el desbalance producto de la gran cantidad de divisas ingresadas cuando las tasas eran altas. Por el contrario, los inversionistas siguen esperando más reducciones en las tasas de interés y, ojalá, una mayor revaluación, para vender sus títulos en el mercado secundario, realizar jugosas ganancias de capital y obtener, además, una atractiva utilidad cambiaria, con un tipo de cambio mucho más bajo. Sin duda, esos bancos han hecho un brillante negocio en favor de sus clientes.
El BCCR malinterpreta el concepto de mercado. Desdichadamente, los legisladores dejaron de lado la aclaración del concepto. Debería entenderse uno de competencia perfecta o lo más aproximado posible.
El Monex es una caricatura de mercado. El 80 % de las transacciones son realizadas por un actor dominante y persisten otras restricciones limitantes a la libre competencia. No hay un verdadero mercado competitivo y el precio es el fijado, arbitrariamente, por ese actor dominante.
Si el Banco, supuestamente, solo está autorizado a intervenir para restaurar el equilibrio y reconstituir reservas, ¿cómo sabe cuál es el tipo de cambio de equilibrio si no cuenta con un mercado competitivo? Y si lo supiera, ¿considera un equilibrio a corto o largo plazo?
En cualquier caso, debería centrarse en el de largo plazo, considerando, dentro de los fundamentales, el endeudamiento, no solo del propio Banco, sino también del gobierno. Alegremente, habla constantemente de un tipo de cambio de equilibrio determinado en un mercado altamente monopolístico.
Manejo de la política cambiaria
Por otra parte, como lo reconoce Jorge Guardia, miembro de la Junta Directiva, en un reciente artículo en La Nación, al Banco “no lo entusiasma desplomar abruptamente la tasa de política monetaria a niveles muy inferiores a los prevalecientes en el mercado internacional para inducir fugas de capital y causar alzas artificiales en el tipo de cambio”.
Efectivamente, los inversionistas mencionados están a la espera de bajas adicionales en las tasas de interés para realizar sus ganancias. Eso subiría el tipo de cambio, como teme don Jorge, excepto si el Banco usa sus reservas para neutralizar la devaluación, aunque dice, eso está prohibido por su ley.
Reconoce así el propósito del Banco de mantener el tipo de cambio bajo mediante el manejo discrecional de la TPM. O sea, sí maneja una política cambiaria.
Cuando el tipo de cambio se acercó a ¢700, el Banco se preocupó y hasta sugirió a los inversionistas institucionales descontinuar sus inversiones en el exterior. No parece haber tenido la misma preocupación cuando, abruptamente, llevó la TPM al 9 % e indujo, junto con Hacienda, el ingreso masivo de capital golondrina y la baja artificial en el tipo de cambio.
El objetivo de realizar una acción correctiva de política en estos momentos, bajando la TPM, estaría bien justificada como una forma de rectificar el overshooting anterior, sin importar cuál sea la tasa de otros bancos centrales. Si, según teme don Jorge, esos bancos devolvieran sus tasas, los capitales no regresarán, mientras Hacienda no ofrezca la misma ganga anterior.
Acciones insensatas
Las recientes manifestaciones del Banco Central ratifican la posición expresada por el vicepresidente Stephan Brunner, apoyadas luego por el presidente, en el sentido de resultarles irrelevantes las consecuencias de destrucción de la economía, originadas por acciones poco sensatas de Hacienda, con su masivo endeudamiento externo y la negativa del Central a aplicar políticas a su alcance para corregir la tendencia, a todas luces artificial.
Se está a las puertas de una destrucción consciente, nada creadora, de la estructura productiva construida con tanto esfuerzo durante más de 50 años, al ocasionar, intencionalmente, la salida de inversiones externas, el cierre progresivo de empresas por pérdida artificial de competitividad y la imposibilidad de reajustar costos hacia abajo.
Eso causará más destrucción de empleos, caída en los ingresos familiares, disminución de la demanda interna, acumulación indeseada de inventarios y desplome en la producción nacional. ¿Harán caso las empresas en las zonas francas de cambiar de línea de producción para adaptarse a las nuevas relaciones de producción, con costos salariales desproporcionados?
¿Tan pronto olvidamos la crisis de los ochenta? Los actuales gobernantes deberían estar conscientes de no provocar una crisis similar, con ingratas consecuencias para la población. Aún hay tiempo para rectificar.
El autor es economista y miembro activo de la firma Cefsa desde 1982. Fue regulador general de la República y economista jefe del Fondo Latinoamericano de Reservas, en Bogotá, Colombia.