En la Edad Media, Brujas, en Bélgica, presumía de ser uno de los emporios comerciales más importantes de Europa. Ubicada frente al mar del Norte y provista de una red de canales por la que fluían mercancías y artículos de lujo, como el paño flamenco, Brujas atraía a habilidosos artesanos, artistas y comerciantes de todo el continente.
Los duques de Borgoña, soberanos de las poderosas ciudades de Brujas, Gante e Ypres, y de los ricos territorios de Flandes y Brabante, entre otros, impulsaron de forma exitosa el comercio internacional.
Génova, Florencia, Venecia, la Liga Hanseática, así como los reinos de Aragón, Escocia, Portugal y Francia establecieron sendos consulados en Brujas, fruto de la enorme relevancia que adquirió este núcleo comercial.
La producción estaba organizada en gremios, que consistían en asociaciones de personas dedicadas a un mismo oficio. Para ejercer como herrero, tejedor o joyero, era obligatorio formar parte de uno. Con el tiempo, los gremios se convirtieron en poderosas corporaciones.
Las casas gremiales tenían sus propios estatutos, los cuales definían desde el código de conducta de los miembros hasta los porcentajes de remuneración. También fijaban los procedimientos para decidir quién podía ser aprendiz, oficial o alcanzar el grado de maestro.
Era poco común que las mujeres fueran aceptadas como aprendices. Su participación en la vida gremial se reducía a labores muy específicas, como la confección de hilados y bordados, un trabajo que ya de por sí se percibía socialmente como femenino.
La creencia popular presuponía que en algún momento las mujeres se casarían y, por tanto, el taller o negocio perdería la inversión que había hecho en ellas.
A medida que los gremios fueron ganando poder e influencia en la vida pública de Brujas, ascender al grado de maestro se volvió cada vez más difícil. El historiador neerlandés Bart van Loo lo cuenta en el libro The burgundians, a vanished empire, en español, algo como Los borgoñones, un imperio desvanecido.
Círculos cerrados
Muchos de los gremios estaban liderados por familias, o círculos cerrados con aires dinásticos, opuestos a alentar la carrera de personas talentosas y experimentadas que les hiciera sombra. Por eso, obtener el grado de maestro, sin ser parte de la argolla, suponía años de espera.
Los aspirantes a maestros debían sortear requisitos imposibles y absurdos para alcanzar el deseado título. Sin él, era imposible abrir un taller propio y prosperar de forma independiente.
Cuando Carlos el Temerario murió en 1477, su hija María heredó el Ducado de Borgoña. Ese mismo año, María se casó con Maximiliano de Habsburgo, más tarde emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. A partir de ese momento, las cosas empezaron a cambiar.
La decadencia de Brujas se explica sobre la base de distintos acontecimientos históricos, como la muerte repentina de María en 1482: su viudo, Maximiliano, y los gremios más poderosos de Brujas entraron en conflicto.
Según Bart van Loo, los enfrentamientos se debían, entre otros, a un tira y encoge por el pago de impuestos. La tensión llegó a tal punto que en 1488 los brujenses, hartos de Maximiliano, lo pusieron en arresto domiciliario en el sótano de la famosa casa Craenenburg, espacio que en aquella época funcionaba como una tienda de especias.
Aunque este hecho supuso una humillación pública, Maximiliano tenía un poderoso as bajo la manga. En cautiverio, cedió a todas las demandas de los brujenses. Una vez libre, renegó de estas y, a su vez, flexibilizó los requisitos para ascender al grado de maestro en la ciudad de Amberes.
Lo que sucedió a continuación es de lógica aplastante: los aprendices y oficiales más talentosos, que durante años vieron truncadas sus aspiraciones de ascender a maestro en Brujas, por fin tuvieron la oportunidad de hacerlo en la pujante Amberes.
Inmersa en una guerra civil entre quienes apoyaban a Maximiliano y quienes se le oponían, Brujas perdía relevancia frente a Amberes. Mientras tanto, los canales de la ciudad se sedimentaban lentamente, situación que impedía la navegación de los buques de mercancías.
De esta forma, Maximiliano desarmó a los enemigos que lo habían humillado, ganó la guerra civil y nunca más puso un pie en Flandes.
En lo que respecta a Amberes, en el 2023, es el segundo mayor puerto de Europa y uno de los principales puntos de entrada de las mercancías costarricenses en ese continente.
Ni picar leña ni prestar el hacha
La historia de Brujas es un valioso recordatorio sobre las peligrosas consecuencias de cortar las alas al talento.
En nuestro país, la diáspora científica ni cesa ni le importa a nadie. En el editorial del 11 de agosto, La Nación lanza una frase demoledora: “Costa Rica no compite con los beneficios laborales ofrecidos en otros países, pero tampoco brinda condiciones adecuadas para la actividad científica”. Es decir, ni picamos leña ni prestamos el hacha.
En el mismo editorial, La Nación hace referencia a un estudio ejecutado por el proyecto Hipatia del Estado de la Nación, donde se recoge el testimonio de 765 científicos y científicas costarricenses de alto nivel, residentes en 42 países, quienes señalan la persistencia de múltiples barreras para prosperar profesionalmente en Costa Rica.
Tales compatriotas, a quienes no tengo el honor de conocer, me trajeron a la memoria los aprendices y oficiales de Brujas que se mudaron a Amberes, cansados de lidiar con un sistema absurdo y mediocre, sostenido por la argolla de siempre. Yo misma tuve que migrar por un motivo similar.
En cuanto a las mujeres costarricenses, los vergonzosos sesgos de la Edad Media aún dificultan su inserción en el mercado laboral. ¿Cuál es el precio que pagará Costa Rica por sostener un sistema inflexible y obsoleto como el actual? El mismo que Brujas: la irrelevancia.
La autora cuenta con 15 años de experiencia internacional en las Naciones Unidas y la Unión Europea. Oriunda de la zona de los Santos, trabaja como consultora internacional en sostenibilidad aplicada a la industria agroalimentaria. Lectora asidua y fiel seguidora del músico canadiense Neil Young. Siga a Manuela en Facebook y Linkedln.