¡Qué pueblo, por Dios, qué pueblo! Ese resorte interior de resiliencia defensiva ya lo desearan naciones más poderosas. Costa Rica se puso en pie y el rotundo gesto de su voto frenó, en seco, la arremetida de la intolerancia.
¡Qué alivio!, es cierto, pero también ¡qué orgullo! Por una vez, regalémonos el simple placer de ser ticos. Hoy, parafraseando a Alfonso, el trozo azul de esta pequeña tierra tiene mayor intensidad que todo el cielo.
¿Quién habría soñado con una respuesta tan masiva de multitudes veraneantes? Por momentos, temimos lo peor. Estuvimos a punto de desconfiar de la profundidad de nuestra propia cultura respetuosa y tolerante. Confieso ese pecado. Lo inimaginable nos había saltado al rostro. Vimos tan de cerca y tan desnudos nuestros prejuicios, que tuvimos que dominar nuestros temores y despertar del letargo de nuestra complacencia habitual. Lo hicimos.
Empujados a decidir lo esencial, lo hicimos. A regañadientes, pero lo hicimos. Superamos la reticencia que teníamos por un partido que nos sigue debiendo y nos concentramos en la defensa primordial de los fundamentos de nuestra convivencia. Así fue. Que no quepa la menor duda.
Decisión difícil. Este pueblo sabio tomó una decisión difícil, pero profunda: votar por una decepcionante opción partidaria como única salida de la crónica anunciada de una teocracia. Y hubo entusiasmo en la defensa de nuestros valores esenciales, alegría en la victoria y gratitud con el candidato que nos dio esa trinchera porque supo defenderla con hidalguía. Honor a quien honor merece.
En el carruaje del candidato perdedor, brillaron por su ausencia personajes de otras tiendas que se habían sumado al sonar de las encuestas. También sonó el silencio de los que callaron, faltando a su deber cívico de orientación política. Dolió ese mutismo timorato de líderes de antaño. Esas voces quedaron en deuda con el mundo, acostumbradas las naciones, como estaban, a recibir nobles lecciones desde aquí.
Brillaron, en cambio, los que, movidos por principios y fuera de todo cálculo, se unieron desde aceras contrarias. Leonardo Garnier y María Luisa Ávila, sin miramientos y a su propio riesgo, dieron el paso al frente por sus convicciones. En el peor momento de los pronósticos, se tragaron las afrentas injustas de la arrogancia de aquella fácil victoria sin contrincante.
Ellos representan a muchísimos liberacionistas sin cuyo soporte la victoria no era concebible. Según mi criterio, estas elecciones son un parteaguas para la socialdemocracia costarricense. Ahora tiene la oportunidad de refundarse desde sus raíces solidarias, equitativas e incluyentes, liberándose de viejas rémoras estatistas y de cálculos oportunistas. Ese es su reto.
Piezas clave. Rodolfo Piza fue la luz de la jornada. Con principios por encima de cálculos, hizo valer su apoyo, poniendo una línea programática de peso. Su agenda da sentido y coherencia a un gobierno de unidad nacional con mapa y brújula. Piza, con Edna Camacho, al frente, son el fiel de la balanza. Hacen contrapeso a la extorsión sindicalista con su veto inaceptable a la educación dual y su insufrible defensa de los disparadores estructurales del gasto público.
Sin ese equilibrio, el gobierno de unidad nacional estaría, de nuevo, a la deriva y sin rumbo cierto. Pero la política productiva sigue huérfana. Que no se diga más que nos casamos con la inversión extranjera de las zonas francas. Lo malo es que después de atraerla seguimos divorciados de ella. Dos Costa Ricas buscan convergencia.
En medio de nuestra justificada algarabía, se impone una nota de sobriedad. No podemos caer en borracheras de antaño. Este fue un voto defensivo, no un cheque en blanco. Vienen cien días para mostrar resultados y el camino es más empinado y empedrado que nunca.
Alarma la facilidad con que se anuncia la mejor educación del continente, cuando de cada 10 niños que entran a primaria, poco más de dos logran bachillerarse y cerca de siete quedan excluidos en el camino, con las puertas cerradas a la educación técnica del INA.
Quitar peso administrativo a los docentes es una gota en un mar de tragedias educativas, cuando el 95 % de las escuelas ni siquiera ofrecen el programa completo (Eli Feinzaig, La Nación, 2/4/2018). Es apenas un aspecto del discurso del futuro nuevo presidente, pero, desde ya, asusta el simplismo de promesas con que aborda los temas.
¿Y la formación docente, disparatada, desigual, sin certificación obligatoria de calidad y sin concurso estatal de idoneidad? Con llevar computadoras a los salones de clases no se resuelven 20 años de baja calidad educativa.
Don Leonardo puede contar de sus frustraciones con el veto sindical al paso de cualquier iniciativa para mejorar la calidad docente. La educación dual, ausente de las iniciativas prioritarias, tiene en Edna, abanderada, esperanza y desafío.
Sabe a lo que va. Don Carlos ya estuvo en el monstruo y conoce sus entrañas. No dirá que no sabe bailar con ella. En la primera ronda, la ciudadanía había ofrecido al partido evangélico la segunda representación legislativa. En ese mismo acto, se castigó la infidelidad del PAC con la transparencia, la honestidad y el cambio prometido, y lo dejó sumergido en la impotencia de una débil fracción.
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Lo que Costa Rica, para salvarse a sí misma, le ofreció a Carlos Alvarado, con una mano, se lo había quitado antes con la otra. Por eso, si la alianza con Piza fue eje de la victoria, la unidad con Liberación es clave para una gestión exitosa. Amén de la soberbia lección que nos queda: la fragilidad de gobernanza del régimen presidencialista y la urgencia de refundación de una Tercera República, con remozado contrato social, más parlamentario.
Pero eso es sal para otro jocote. Al mismo tiempo aplastante y pírrica, empoderante y frágil, llega la administración Alvarado cargada de promesas y cuajada de peligros. Carlos nos necesita a todos, incluso más que el domingo. Hoy es la zozobra de la difícil administración de la victoria, cruzado el Rubicón.
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La autora es catedrática de la UNED.