El chiste es un cuento breve, dibujo o comentario que no tiene otro propósito que hacer reír o divertir. A nadie se le ocurre tomar un chiste como una opinión razonada sobre una persona y mucho menos sobre el estamento social al que esta pertenece.
Todos hemos oído y repetido chistes sin otro propósito que divertirnos y divertir a los demás. Como expresión anónima del alma colectiva de un pueblo, nadie ha podido identificar al autor de un chiste, como tampoco nadie reclama un chiste como producto de su invención.
Algunos gremios son más frecuentemente objeto de chistes, sin que ninguno de sus miembros pueda sentirse personalmente aludido. Por tal motivo, como abogado, me ha causado profunda extrañeza que los defensores de los funcionarios del Banco de Costa Rica, detenidos por el caso del cemento chino, junto con el empresario Juan Carlos Bolaños, hayan impugnado la resolución dictada por un juez superior que confirmó la prisión preventiva, ordenada por la jueza de primera instancia, con el argumento de que hace casi dos años este alto funcionario celebró, en las redes sociales, un chiste anodino donde era aludido peyorativamente un banquero, lo cual, según dichos defensores, es una manifestación inequívoca del prejuicio y mala voluntad que anima a ese juez en contra de sus clientes.
El chiste, originalmente escrito en inglés y libremente traducido, dice así: “Un banquero, un trabajador y un inmigrante están sentados a la mesa con veinte galletas. El banquero toma diecinueve galletas y le advierte al trabajador: ten cuidado porque ese inmigrante se va a llevar tu galleta”.
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Dos años después. Al juez, a quien ni siquiera tengo el gusto de conocer, le hizo gracia el chiste y lo comentó en su oportunidad en las redes sociales, obviamente sin imaginar que sería utilizado, casi dos años más tarde, como “prueba” de su animosidad contra los banqueros en general.
Aunque personalmente no tengo el más mínimo prejuicio contra los empleados de ningún banco, admito que me hizo gracia la “tagarotada” del personaje principal del cuento y la frescura con que le atribuye al inmigrante la intención de apropiarse de la única galleta que él ha dejado sobre la mesa, pero me ha sorprendido que sobre un episodio ficticio y anodino se haya querido fundamentar una recusación.
Creo que los defensores de los detenidos, de quienes he oído que son distinguidos penalistas, deben buscar argumentos más sólidos para sacar adelante a sus defendidos. Si los hay, en buena hora deben hacerlos valer, pues, indiscutiblemente, es su derecho y obligación aportar todas las pruebas que puedan beneficiar a sus clientes, pero no creo que ese propósito se logre discutiendo las opiniones suscitadas sobre un chiste publicado en las redes sociales hace casi dos años.
El autor es abogado.