Lo peor que podría ocurrir en cuatro días es que Donald Trump gane la presidencia en Estados Unidos; lo segundo más grave, que, si la pierde, rechace e intente deslegitimar el resultado. Su campaña electoral ha seguido ambos caminos, y si bien ganar es solo una posibilidad, la voluntad de dislocar el proceso es una certeza.
Nunca antes un aspirante a la Casa Blanca había hecho tan explícitas sus intenciones revanchistas, excluyentes, nativistas, oligárquicas y autoritarias como ahora. Basta con ellas para aquilatar su peligro, y razones sobran para tomarlo en serio. No solo son palabras, sino planes concretos, con antecedentes que los sustentan: recordemos, el asalto al Capitolio para impedir la proclamación de Joe Biden, el 6 de enero del 2021. A la vez, nunca antes un candidato ha desplegado tantos instrumentos para erosionar, manipular o descarrilar el proceso electoral.
Las posibilidades de que puedan bloquear un eventual triunfo de Kamala Harris son remotas: existen varias barreras legales, judiciales y políticas que lo impedirían. Sin embargo, su capacidad para crear un caos político-institucional con graves repercusiones sociales es enorme. Desde hace tiempo se activó la maquinaria para lograrlo, mediante la desinformación, los litigios y los intentos por evitar la certificación de resultados.
La difusión de falsedades y, sobre todo, la atribución a Harris y sus aliados de todo tipo de conspiraciones para manipular votos o cometer fraude han sido insistentes y por canales múltiples. A ellas se añaden acciones legales para cuestionar el registro de votantes en los estados más disputados y la activación de un verdadero ejército de activistas y abogados para desafiar resultados adversos.
El recurso final sería intentar que el Congreso no certifique un eventual triunfo de Harris, como Trump trató con Biden hace cuatro años. Dichosamente, la actual regulación de ese procedimiento lo haría en extremo difícil. Sin embargo, si aún millones de ciudadanos creen que entonces se cometió un fraude, solo un triunfo de gran contundencia de Harris (algo improbable) impediría que su eventual presidencia quede ensombrecida, y el sistema democrático estadounidense aún más enfermo de lo que ya, por desgracia, está. Recuperarlo será tarea difícil; si gana Trump, quizá imposible.
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