NUEVA YORK – A primera vista, las perspectivas macroeconómicas de Argentina aparentan ser brillantes. El crecimiento ha repuntado después de un período de estanflación; el año pasado, el PIB aumentó un 2,9 % en términos interanuales, mientras que la inflación anual cayó al 24,8 %, desde un nivel de casi el 40 % en el año 2016.
Pero hay nubarrones en el horizonte. La reciente recuperación ha sido impulsada por deuda, con un déficit en cuenta corriente en el año 2017 que alcanza el 4,6 % del PIB –déficit que equivale al 39 % de las exportaciones totales de Argentina–. Si bien la deuda externa argentina sigue siendo baja en general, su rápido crecimiento es motivo de preocupación. De hecho, para el presidente, Mauricio Macri, representa un desafío económico que no se puede ignorar.
Para estabilizar su deuda externa, Argentina deberá lograr superávits comerciales. La forma óptima de hacerlo es aumentando la producción de bienes exportables, en vez de que dichos superávits se alcancen mediante una recesión que deprime las importaciones. Pero, si bien el objetivo puede ser claro, no está clara la capacidad de las políticas actuales para lograr el objetivo.
Se han propuesto diversas soluciones. Un primer abordaje involucra mantener el statu quo. Este abordaje parece ser la estrategia preferida del gobierno de Macri, ya que refleja la opinión gubernamental de que el gran déficit de cuenta corriente de Argentina se constituye en una prueba del apoyo que brindan los mercados al camino que recorre el país. La fuerte demanda de bonos argentinos denominados en dólares, cuyos rendimientos son hasta de 7,9 %, ha sido interpretada de manera similar como una señal de la confianza que tienen los inversionistas en el país.
Sin embargo, un segundo y más cauteloso abordaje cree que son necesarias intervenciones macroeconómicas adicionales. Este punto de vista, respaldado por una lectura más escéptica de los hábitos de endeudamiento de Argentina y de la historia de la dinámica del ciclo de marcha y contramarcha, también llamado el ciclo de frenar y andar, merece especial atención.
Las exportaciones de Argentina se han estancado desde el año 2011. Los críticos juzgan que para que el país aumente sus exportaciones se necesitan nuevas políticas dirigidas a acrecentar la productividad y fortalecer la competitividad. Por el momento, sin embargo, la combinación preferida de remedios está impulsando el déficit de cuenta corriente, en lugar de reducirlo.
Dos estrategias básicas rigen el abordaje del gobierno para estabilizar la economía: la fijación de objetivos de inflación que se basan en las tasas de interés y la reducción gradual del déficit presupuestario primario (que excluye los pagos de intereses). Pero esta combinación de políticas plantea varias inquietudes.
En primer lugar, hay poca evidencia para respaldar la suposición del Banco Central sobre que un tipo de cambio flotante garantizará la consistencia macroeconómica. Las políticas monetarias influyen en los tipos de cambio, incluso cuando no están dirigidas al mercado de divisas. De hecho, si bien se necesita reducir la inflación para estabilizar la economía, los intentos de Argentina por lograr una rápida desinflación a través de objetivos excesivamente ambiciosos solo exacerbarán los desequilibrios externos. Y, debido a que una gran parte del déficit fiscal está financiado por deuda denominada en moneda extranjera, los desequilibrios externos aumentan el riesgo de que la deuda pública se torne en insostenible en el futuro.
Finalmente, la convicción que tiene el Banco Central sobre que un tipo de interés más alto se traducirá de inmediato en una inflación más baja es errónea; el mecanismo es indirecto y no está garantizado. Además, la fijación de objetivos de inflación suele ser eficaz solo cuando se aplica a economías que experimentan un crecimiento estable y sostenido –que es el caso opuesto al camino que recorre Argentina hoy–.
El Banco Central de la República Argentina puede intentar compensar estas deficiencias demostrando que está dispuesto a “hacer lo que sea necesario” para contener la inflación –haciendo eco de la estrategia que usó el Banco Central Europeo para salvar al euro en el año 2012–. Pero, en el caso de Argentina, puede que eso no sea posible, debido a que “hacer lo que sea necesario” está más allá de la capacidad que tiene la autoridad monetaria. Un ejemplo son las negociaciones salariales anuales, que han superado los objetivos de inflación dos años seguidos, en 15 puntos porcentuales en el año 2016 y 7,8 puntos en el 2017.
En medio de estos desafíos, algunos críticos han argumentado que la mejor forma de abordar los desequilibrios externos es con un golpe masivo de ajustes fiscales. Lamentablemente, ese abordaje equivaldría a conceder la derrota; se semejaría a un reconocimiento por parte del gobierno de que es imposible impulsar el crecimiento mediante la expansión de las exportaciones. Sin embargo, los críticos no se equivocan cuando abogan a favor de una nueva línea de pensamiento.
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Si las perspectivas de crecimiento económico fueran tan prometedoras como lo ha sugerido el gobierno de Macri, nada de esto importaría. Pero la realidad es que el “equilibrio” de Argentina puede ser realmente un castillo de naipes económico, construido por la narrativa positiva del gobierno y posteriormente reforzado por la aceptación de los mercados de esa narrativa. Por lo tanto, las autoridades deben considerar la posibilidad de que el pronóstico optimista puede enmascarar un futuro más turbulento.
Por el momento, la estrategia del gobierno requiere de un aumento en las exportaciones, a pesar del fuerte tipo de cambio causado por las altas tasas de interés. Sin embargo, para impulsar las exportaciones, es probable que Argentina deba comenzar por cambiar su estrategia de política monetaria.
Aunque pensándolo bien, ningún camino estará libre de situaciones de ‘toma y daca’. Desplazarse con dirección a un conjunto de políticas que haga uso del financiamiento del Banco Central podría aumentar la inflación a corto plazo. Sin embargo, también contribuiría, en cierta medida, a corregir los crecientes desequilibrios externos y ayudaría a evitar que se agríen en cualquier forma las expectativas del mercado. La prudencia puede parecer innecesaria ahora, pero cuando se trata de navegar con el objetivo de superar difíciles desafíos macroeconómicos, el camino más seguro generalmente es el camino correcto.
Martín Guzmán, investigador asociado en Columbia University Business School y profesor asociado en la Universidad de Buenos Aires, copreside la Columbia Initiative for Policy Dialogue Taskforce on Debt Restructuring and Sovereign Bankruptcy y es miembro sénior en el Center for International Governance Innovation (CIGI). © Project Syndicate 1995–2018