Imaginar y diseñar escenarios de futuros posibles parte por reconocer los factores de cambio que están impulsando la dinámica de la sociedad; tanto los factores del presente como los que ya vienen empujando desde el pasado.
En general, esos factores se clasifican por tres atributos. Al primero se le conoce como motricidad (fuerza que ejercen sobre el cambio). El segundo es la velocidad dinamizadora que imprime el factor; es decir, que tan inmediato es el efecto que produce el factor.
Por ejemplo, el fenómeno migratorio es un factor de cambio con una motricidad alta, pero con una capacidad dinamizadora lenta. Dicho de otra forma, los efectos duraderos de las migraciones se van materializando en el largo plazo. Esos efectos pueden ser la interculturalidad es espacios de trabajo y universidades, o la sostenibilidad de las remesas en el PIB de los países de origen, entre otros. Al comportamiento de este factor se le clasifica como predictible porque lentamente nos va dando señales de cómo podrían ser las cosas en el futuro.
Pero pensemos ahora en otro factor de cambio como puede ser el internet de las cosas, que igual tiene una alta motricidad, pero su velocidad dinamizadora ha sido muy alta y ha afectado muchas de las actividades humanas. A diferencia de las migraciones que han existido desde siempre, el internet de las cosas es un factor nuevo, disruptivo para la sociedad y, por ello, se le clasifica como de baja predictibilidad.
Pero nos quedaba pendiente el tercer atributo, el encadenamiento de reacciones directas e indirectas que genera el factor sobre las diferentes dimensiones del desarrollo de la sociedad y el planeta. Si volvemos al internet de las cosas, se podría creer que incidió directamente sobre la forma de comunicarse los seres humanos, pero eso solo sería la punta del iceberg porque también revolucionó las transacciones comerciales, la globalización, la educación, la salud, el trabajo, entre otras cosas.
Algunas hipótesis han sugerido que el internet de las cosas es el factor que más efectos directos e indirectos ha generado sobre la economía, la ciencia, las relaciones sociales y laborales, y sobre indicadores de cambio como el crecimiento económico, la productividad, las cadenas de valor, entre otros. Es de una riqueza invaluable en el ejercicio de la docencia, cuando un estudiante joven le consulta a uno como docente ¿cómo hacían antes cuando no había internet?
La participación de las mujeres
No obstante, me gustaría plantear una hipótesis diferente sobre el factor de cambio que ha generado más transformación en la humanidad. Ese factor según mis datos es la inclusión y participación de las mujeres en todos los ámbitos de la vida en sociedad. A continuación, alguna evidencia que respalda la hipótesis.
Hace un siglo aproximadamente, las mujeres no eran parte de la educación ni de la política, eran mano de obra básica pero fundamental en las textileras, realizaban su trabajo doméstico y la gran mayoría de la crianza, entre otras muchas cosas.
De acuerdo con los datos consultados, el primer país donde la mujer pudo ejercer el voto fue en Nueva Zelanda a finales del siglo XIX; sin embargo, no se podían presentar para ocupar cargos políticos, lo cual se materializó unas décadas después. Pero en general, la condición hace un siglo era de ninguna participación política por derecho de las mujeres.
Pero había un elemento potencial en la participación de la mujer que algunos veían venir y lo querían evitar y otros ni siquiera lo vieron venir.
A razón de un estudio reciente realizado por este servidor sobre esta hipótesis para el Diplomado en Salud y Seguridad Social del Centro Interamericano de Estudios en Seguridad Social (CIESS), con sede en México, se tomaron una serie de bases de datos históricas con información clave sobre alfabetización, inversión en salud, niveles de desarrollo humano de los países, entre otros; lo cual permitió contar con alrededor de veinticinco indicadores desde el año 1980 y con ellos, elaborar diferentes cruces y relaciones para probar resultados.
En principio parecía no haber novedad en los resultados. La correlación entre esperanza de vida, alfabetización, participación laboral con el desarrollo humano se demostró. Lo más relevante vino cuando se hicieron los mismos análisis estadísticos, pero diferenciando por mujeres y hombres.
De esta manera, factores como la alfabetización en mujeres mostró una correlación positiva más alta que en los hombres, pero lo mismo ocurrió con la esperanza de vida y la inversión en salud. Incluso, al hacer esta separación por mujeres y hombres, hubo variables en el plano masculino que al quitar a las mujeres ya no representaban una correlación positiva.
Tomando esos datos, he hecho la siguiente pregunta en diferentes círculos académicos dentro y fuera del país, también entre grupos de profesionales: En términos de desarrollo humano, ¿es más rentable invertir en las mujeres que en los hombres? O al menos ¿equiparar algunas desigualdades que aún prevalecen?
A pesar de ser un tema polémico, las respuestas que he obtenido, en su mayoría, lo que han aportado son elementos de naturaleza más cualitativa que justifican o prueban la hipótesis. Una mujer sana y alfabetizada, con un empleo y una remuneración equitativa a la de un hombre genera más desarrollo humano.
Es posible que muchas personas discrepen de esa conclusión; sin embargo, al hacerlo es importante tratar de pensar en el “ingrediente secreto”, como decía Po en la película de Kun Fu Panda, qué le aportan las mujeres al desarrollo humano.
Hace unos meses repasaba una entrevista que le hicieran al prospectivista Yuval Noah Harari, famoso por sus libros de “Sapiens”, “Homo Deus”, “21 Lecciones para el Siglo XXI”, entre otros; donde él trabajó una hipótesis aún más sugerente. Para Harari, la inestabilidad que hay en el mundo en todos los ámbitos, es parte del ajuste que se está dando en la participación más equitativa de mujeres y hombres.
Es un tema en el cual sin duda no hay verdades absolutas, pero sí una riqueza reflexiva muy grande.
Juan Carlos Mora Montero es doctor en Gobierno y Políticas Públicas y docente en la Universidad Nacional (UNA) y la Universidad de Costa Rica (UCR).