Desde épocas antiguas, los avances en la ciencia y la tecnología promueven tanto acciones orientadas al bienestar de la población como a la destrucción. Las guerras se gestan según el contexto y los intereses de quienes participan en ellas.
La guerra deja graves consecuencias para ambas naciones, entre otras, crisis alimentarias, pobreza, devastación, violencia contra las personas que se sienten amenazadas, enfermedades, pérdida de familiares, vecinos y amigos, y migraciones.
En los conflictos bélicos, la población compuesta por mujeres, jóvenes y niñas es la más vulnerable, pues son quienes tienen menos recursos para protegerse y, con frecuencia, son desplazadas y toman el título de refugiadas; además, son víctimas de violencia sexual como parte de las tácticas empleadas por los beligerantes.
A pesar de esto, es posible encontrar mujeres que lideran movimientos cuyo fin es impulsar la paz y la recuperación de las comunidades. Es meritorio resaltar la labor de las mujeres como agentes de cambio, no obstante las brechas de género persistentes en diferentes ámbitos.
La comunidad mundial reconoce el trascendental papel de las mujeres, por lo que en las Naciones Unidas se aprobó la resolución 1325, donde se insta a que estas participen en la consolidación de la paz y que influyan en los procesos donde se toman decisiones para prevenir y resolver los conflictos.
Al combinar estas iniciativas con el conocimiento científico, es posible visibilizar la contribución de las mujeres al cambio y el mejoramiento de la sociedad mediante la investigación que brinda soluciones a grandes desafíos nacionales e internacionales.
A lo largo de la historia, emblemáticas mujeres han hecho avances científicos de gran impacto mundial, como Marie Curie, premio nobel de física en 1903, pionera en el campo de la radiactividad, propiedad que fue la base para el tratamiento de enfermedades relacionadas con el cáncer.
Rachel Carson es catalogada como la primera mujer ecologista. En 1962, publicó Primavera silenciosa, donde expone una investigación sobre los pesticidas y cómo estos se acumulan en la cadena alimentaria y ocasionan grandes daños a la humanidad, a la flora y la fauna.
La química Rosalind Elsie Franklin, a través de sus trabajos con rayos X, hizo posible una mayor comprensión sobre las estructuras moleculares del ADN y a la matemática Ada Lovelace se le atribuye la introducción del algoritmo en la máquina de Babbage, que esboza el concepto informático conocido como bucle.
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Muchas mujeres científicas
Según ONU Mujeres, Latinoamérica también se beneficia de las grandes aportaciones de las mujeres en el campo de la ciencia y la tecnología. Valentina Muñoz es programadora chilena, tricampeona regional y campeona nacional y mundial en el concurso internacional de robótica First Lego League. Muñoz contribuyó a la construcción de la primera política de inteligencia artificial en su país, es activista femenina de larga trayectoria en el progreso de la igualdad de género en la ciencia.
A Idelisa Bonelly, bióloga marina dominicana, se la considera la madre de la conservación marina en el Caribe. Se le debe la Fundación Dominicana de Estudios Marinos (Fundemar), donde las investigaciones fortalecen el Sistema Nacional de Áreas Protegidas. Bonelly creó la primera sala museo de ballenas jorobadas.
África Flores es una ingeniera agrónoma guatemalteca que labora en un proyecto con inteligencia artificial, en busca de medidas para salvar el lago Atitlán. El proyecto fue uno de los ganadores del premio Earth Innovation Grant.
Sandra López Vergés, bioquímica panameña, posee un doctorado en Microbiología con Énfasis en Virología. Investiga sobre la inmunidad innata de las enfermedades víricas, sus aportaciones a la ciencia le han sido reconocidas con el Premio Internacional Unesco-L’Oreal, dirigido a mujeres jóvenes en la ciencia.
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Científicas costarricenses son desconocidas
En el caso de Costa Rica, la brecha de género en ciencia y tecnología se mantiene, según una encuesta hecha por el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Telecomunicaciones (Micitt) en el 2020.
El 89% de los entrevistados dijeron no conocer a una mujer científica costarricense. Entre quienes mencionaron que sí conocen a alguna, solamente un 13% sabía el nombre de la profesional. Un 66% de la población participante no tiene una familiar o amistad femenina que estudie o trabaje en el campo de la ciencia.
No obstante tan desalentadores resultados, y para bien de nuestra sociedad, contamos con mujeres que ponen el nombre de Costa Rica en alto en este campo. Según datos de la Academia Nacional de Ciencia y de la Universidad de Costa Rica, destacan la Dra. Mavis Montero Villalobos, cuya especialidad es la física.
Ella cuenta con un doctorado en Física Aplicada, es profesora de la Escuela de Química de la Universidad de Costa Rica e investigadora en el Centro de Investigación en Ciencias e Ingeniería de Materiales (Cicima). Su trabajo es de mucho impacto gracias a la incorporación de escalas espaciales y temporales y técnicas de modelado que permiten una mayor comprensión del ciclo hidrológico. Además, actúa para mitigar la brecha de género, incluida la coordinación de la Red Iberoamericana de Mujeres por la Acción Climática.
La Dra. Beatriz Willink es bióloga por la Universidad de Costa Rica y ganó el Premio Presidencial 2020 de la Asociación Estadounidense de Naturalistas por su investigación sobre por qué las libélulas hembras imitan el color de los machos.
La Dra. Marianela García Muñoz es miembro de la Organización Internacional de la Investigación Cerebral, su doctorado lo obtuvo en Neurofarmacología MRC Unidad de Metabolismo Cerebral y destaca por la realización de más de cincuenta publicaciones en revistas internacionales.
Hannia Campos Núñez es especialista en alimentación, profesora e investigadora en la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard. Es la directora del Centro de Investigación Nutricional Traslacional y Salud de la Universidad Hispanoamericana de Costa Rica y recibió el premio de investigación posdoctoral de la Asociación Americana del Corazón. Sus investigaciones se centran en los ácidos grasos esenciales y los isómeros trans de ácidos grasos insaturados en la salud y la enfermedad crónica.
La Dra. Silvia Chacón Barrantes es oceanógrafa, profesora en el Departamento de Física de la Universidad Nacional. En el 2014, fundó el Sistema Nacional de Monitoreo de Tsunamis de Costa Rica (Sinamot) y está a cargo de la elaboración de mapas para evacuación durante tsunamis en la Red de Observación del Nivel del Mar de América Central.
La Dra. Eugenia Corrales Aguilar trabaja en la Facultad de Microbiología de la Universidad de Costa Rica y es una científica que sobresale en el ámbito latinoamericano por iniciativas que se dedican al empoderamiento de las mujeres. Trabaja en proyectos que tienen como fin contrarrestar los efectos de la pandemia de covid-19.
La Ing. Melissa Rojas Marín fue jefa del Laboratorio de Mezclas Asfálticas en el 2007 y lidera investigaciones para la mejora de la infraestructura vial nacional.
Sandra Cauffman, especialista en tecnología espacial, es subdirectora de la División de Ciencias Terrestres de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA), fue galardonada con la medalla al logro excepcional y la medalla al liderazgo excepcional. Recibió cuatro veces el Premio Mejoramiento de Adquisiciones que otorga la NASA.
Ph. D. Giselle Tamayo Castillo, especialista química en productos naturales, es investigadora del Centro de Investigación en Productos Naturales (Ciprona) de la Universidad de Costa Rica y la primera mujer en ocupar la presidencia del Consejo Nacional para Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicit).
Espacios para las mujeres en la ciencia
Como vemos, la contribución de las mujeres a la historia y al desarrollo sostenible de las sociedades tiene un gran impacto, a pesar de las barreras sociales que afrontamos. En palabras de Daniela Sánchez, estudiante del programa Tu Oportunidad, de ONU Mujeres y el Observatorio Europeo Austral (ESO), las mujeres tenemos mucho que dar a la ciencia, pero nos faltan oportunidades, espacios de formación como este, que nos lleven a un nivel más avanzado y nos permitan participar laboralmente en áreas que son lideradas por hombres, como la astronomía, por ejemplo.
Este 10 de noviembre no solo es un llamamiento al uso responsable y consciente de la ciencia, sino también un día para que los países tomen acciones donde cada individuo sea incluido y pueda ayudar al mejoramiento del entorno, y, en este caso específico, en el ámbito de la ciencia.
La autora es académica e investigadora en la Escuela de Administración de la UNA y coordinadora de la Red de Mujeres Académicas de la Universidad Nacional.