El impulso al armamento europeo, provocado por la agresión rusa contra Ucrania, señala una novedosa tendencia comunitaria a asumir protagonismo propio como bloque autónomo.
Todavía no llegamos a eso, ni será sencillo. Habrá que superar muchos escollos. Estados Unidos no es la menor de esas barreras, ya que da por descontada una Europa dependiente.
En la hora de los hornos, cuando la guerra en Ucrania amenaza un aborto prematuro de la globalización, la Unión Europea reclama un liderazgo capaz de rescatarla en este fatídico trance.
En ausencia de Merkel, Emmanuel Macron ocupa un espacio decisivo en su conducción. Nadie como él ha señalado a Europa un derrotero propio y propuesto la unidad política, económica y defensa autónoma.
Solo él ha visto “muerte cerebral” en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), es decir, la ha entendido como una alianza militar fuera del sentido de los tiempos. Pero su rol estelar dependerá de las próximas elecciones presidenciales, el 24 de abril.
Las encuestas prevén una victoria de Macron. Para él, eso sería otro palmarés. De salto en salto, su vida ha sido una carrera de obstáculos superados.
Su insólita trayectoria es sorprendente, por inesperada; meteórica, por su brillo; y desconcertante, por sus giros inusitados.
Saltos con garrocha
Si comenzó como ministro de Economía de François Hollande, como candidato renegó de su vinculación con el socialismo. Con un partido recién inventado a su medida, se presentó “por encima” de izquierdas y derechas.
En la primera ronda del 2017, su La République En Marche! aplastó a todos los partidos tradicionales de la posguerra. Barridos quedaron socialistas, comunistas, republicanos, izquierdistas, esquineados por un candidato que seis meses atrás era un desconocido.
En la segunda ronda se enfrentó a Marine Le Pen, de la extrema derecha xenófoba y antieuropea.
Un debate le bastó para ponerla de rodillas. Y así, con solo 39 años, llegó al poder como el presidente más joven de toda la historia francesa.
Nadie apostaba mucho por el éxito de un presidente con un programa tan audaz, con tan pocas posibilidades de imponerse al statu quo, sin equipo probado y con “asegurada” minoría en la Asamblea Nacional. También, ese escollo lo saltó con una inesperada garrocha.
Las elecciones parlamentarias son posteriores a las presidenciales y tienen, en cada distrito, dos rondas que imitan las presidenciales.
Al no ser simultáneas, presidenciales y legislativas, el sistema francés ofrece al ganador de las presidenciales alguna posibilidad de reforzar su peso legislativo. Qui potest capere capiat.
As bajo la manga
Sin organización partidaria local, Macron se sacó un as de la manga: abrió a la ciudadanía la postulación de candidaturas según criterios de mérito y eficiencia. Los candidatos terminaron de definirse por votación digital abierta.
Con ese instrumento, volvió a aplastar a los viejos partidos, también en el legislativo, y en la segunda ronda logró lo inimaginable: mayoría legislativa absoluta.
Luego, vino un tormentoso mandato. Comenzó con un programa favorable al empresariado y las arcas públicas: eliminó el impuesto al patrimonio, flexibilizó el código laboral y emprendió una reforma de pensiones.
Los sindicatos se le enfrentaron con una huelga general más larga que la del 68. Macron se impuso.
Pero sus tropiezos no habían terminado. Nunca un presidente de Francia había enfrentado tanto remolino. Con el 68, cayó De Gaulle. No así Macron, cuando un impuesto al combustible desató el mayor movimiento espontáneo de la historia francesa y europea: los chalecos amarillos. Y después vino la pandemia.
A la derecha de Macron, sus críticos dicen que salió del clóset socialista, donde tal vez se escondía in pectore. Frente a la covid-19, dijo que gastaría lo que fuera, quoi qu’il en coûte, para apoyar al pueblo francés.
Subsidió salarios y empresas en problemas. Gastó diez veces más de lo que recaudaba con el derogado impuesto al patrimonio. Y así siguieron sus iniciativas “socializantes” o “populistas”, como dirían algunos.
Misterio político
Asumió y tomó propuestas sociales de donde vinieran. Socialistas, comunistas, hasta derechistas vieron progresar sus iniciativas con un presidente desbocado en ayuda social: 300 euros en cultura para jóvenes, 150 euros de suplemento a otras prestaciones, 650 euros de aumento a trabajadores de la salud, tope de un euro en comedores universitarios, desayunos gratuitos en escuelas de zonas marginadas, medicinas gratuitas para estudiantes, 100 euros más para agricultores jubilados. Francia quedó con el mayor déficit fiscal de la Unión Europea.
¿Resultó populista Macron, entonces, y no reformador estructural? Después de cinco años de mandato, cuesta descifrar el código misterioso de su alineamiento político.
Comenzó a la derecha y se pasó a la izquierda. Él lo llama “centrismo radical”, es decir, toda orientación, de acuerdo con lo que se requiera. Ese pragmatismo choca con la dividida intelectualidad francesa, hasta hace poco ideológicamente purista.
En abril habrá dos rondas presidenciales aseguradas. Nuevo escollo. ¿Nuevo palmarés? Bueno… hace más de 20 años que ningún presidente francés ha podido vencer en la segunda ronda. Sería otro tour de force.
A su derecha, los nacionalismos xenófobos están divididos en tres candidaturas. A su izquierda, los socialistas están prácticamente destruidos.
La izquierda tiene la menor intención de votos de la historia francesa desde que hay elecciones. Se quedaron sin sustento social.
La clase obrera se inclina más a la derecha y, en la segunda vuelta, Macron pescará en todas las aguas, lo que probablemente lo catapulte a su segundo período.
Pero como presidente de Francia, en un segundo mandato y con su liderazgo europeo sin disputa, necesitará mucho más que una garrocha para recuperar el proyecto europeo y detener la espiral de escalamiento de tensiones.
Con Ucrania destruida, millones de refugiados, Estados Unidos envalentonado y Rusia peligrosamente acorralada, Emmanuel Macron enfrentará la hora histórica que lo está esperando.
Velia Govaere, exviceministra de Economía, es catedrática de la UNED y especialista en Comercio Internacional con amplia experiencia en Centroamérica y el Caribe. Ha escrito tres libros sobre derecho comercial internacional y tratados de libre comercio. El más reciente se titula “Hegemonía de un modelo contradictorio en Costa Rica: procesos e impactos discordantes de los TLC”.